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jueves, 5 de enero de 2012

DE LA DIALECTICA A LA FELICIDAD- San Agustín bajo la lupa. II

Por Antonio Socci



LAS AMANTES DE ANTAÑO

“No existía tampoco aquella excusa con la que solía persuadirme a mí mismo de que si aún no te servía, despreciado el mundo, era porque tenía una percepción clara de la verdad; porque ya la tenía y cierta…Me disgustaba lo que hacía en el siglo y me era ya carga pesadísima, no encendiéndome ya, como solían, los apetitos carnales, que antes con la esperanza de honores y riquezas,  me ayudaba a soportar servidumbre tan pesada; porque ninguna de estas cosas me deleitaba ya en comparación con tu dulzura y “con la hermosura de tu casa que yo amaba”, más sentíame todavía fuertemente ligado a la mujer” El recuerdo de las mujeres  con las que había estado “me tiraban del vestido de la carne”: “ mis antiguas amigas me retenían…y me decían por lo bajo: “desde éste momento nunca más te será lícito esto o aquello”. ¡Y qué cosas, Dios mío, que cosas me sugerían con las palabras esto y aquello!” Y añade el convertido Agustín: “Avertad ab anima servi tui misericordia tua!”(por tu misericordia aléjalas de tu siervo). ¿Qué es lo que podía ser más atractivo que los recuerdos del placer carnal? ¿Qué es lo que podía contener una felicidad más verdadera y grande? No es suficiente estar seguro de la verdad católica frente a “recuerdos” tan reales: “En todas partes hacías brillar ante mis ojos la verdad de tus palabras, pero yo, cierto de su verdad, no sabía que responder, si no alguna frase lenta y somnolienta: “dentro de poco”. Pero este “poco” no duraba poco, y  aquel “espera un poco” se hacía esperar.

También para san Agustín, como para el hombre de hoy, la cuestión es la de si es posible vivir en santidad  y cómo, y no saber quién tiene razón. La respuesta la recibió en la gracia de un encuentro que testimoniaba que la verdad reconocida por la razón en algunos momentos (“Deus sola certa incundtas”, Oh Dios, única cierta felicidad) era una posibilidad real de experiencia cotidiana.

Un día, Ponticiano, un temperamento apasionado y entusiasta, va a visitar a San Agustín y a su amigo  Alipio. Les cuenta un viaje con algunos amigos a Tréveris, y que dos de ellos habían decidido hacer vida común en la virginidad. Sin embargo, “los dos tenían  prometidas; pero cuando  oyeron éstas lo sucedido, consagraron también su virginidad”. San Agustín descubre que esta manera de vivir contagiaba a muchos jóvenes cristianos, y que algunos de ellos habían empezado esta vida en común a las puertas de Milán, bajo la dirección paterna de San Ambrosio. Era la primera semilla del monaquismo occidental. Era el testimonio que la gracia del martirio podía ser donada y vivída cotidianamente. Dentro de este testimonio de gracia se inserta la anécdota del estribillo del niño: “ Toma y lee, toma y lee”; el recuerdo de la conversión del monje Antonio, y la lectura de la sentencia de la Epístola de San pablo a los Romanos. “No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al  punto que dí fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas”.

“Porque de tal modo me convertiste a ti que ya no me apetecía esposa”. “Fuimos bautizados, y se disipó en nosotros la inquietud de la vida pasada”. “Tú que haces vivir en una casa los corazones de los hombres”, escribe San Agustín,” tu perdón estimula al corazón a no dormirse en la desesperación, a no decir”no puedo”, a velar en tu caridad, lleno de misericordia, fuerza para un débil como yo”.

La célebre charla con su madre



EL MILAGRO DE LA FELICIDAD

Nos deja estupefactos ver la transformación, en pocos meses, de aquel joven intelectual problemático. El bautismo, recibido de San Ambrosio (junto con su hijo) el 24 de abril de 387; luego la vida en común para gozar más fácilmente la gracia encontrada... Por aclamación del pueblo se debe hacer sacerdote, y nueve años después de su bautismo, dirigía ya la pequeña Iglesia de Hipona. Toda la Iglesia está pendiente de él. Él, que había buscado en vano la sabiduría y había encontrado sólo la desesperación, había sido alcanzado por un anuncio inaudito:”Podía suceder algo más bueno y noble que el hecho de que la Sabiduría misma de Dios, sincera, eterna e inmutable, a la cual debemos entregarnos, se haya dignado hacerse hombre?”.


UNA REALIDAD PRESENTE


Pero ¿cómo se realiza la conversión a Jesucristo de un hombre que vive  muchos siglos después que Él? ¿Y que no estuvo con Él en Palestina, como le sucedió a San Pedro, ni lo vio realizar milagros? ¿Es razonable? San Agustín reflexiona sobre su historia personal y responde en De fide rerum invisibilum: “Mucho se equivocan los que piensan que sin pruebas suficientes creemos en cristo2, “(…) que Cristo nació milagrosamente de la Virgen, que padeció, resucitó y subió a los cielos, y además, todas sus palabras y obras divinas. Estas cosas no las visteis vosotros, y por eso  os negáis a creerlas. Pero mirad, ved y considerad atentamente las que estáis viendo. No se os habla de las pasadas ni se os anuncian las futuras: se os muestran las presentes (…) No visteis  todos aquellos hechos ya pasados referentes a Cristo, pero estos que están presentes en su Iglesia no podéis negarlos” Por otra parte suceden normalmente en la vida de cada uno de nosotros una cantidad de hechos humanos “que es preciso creer muchas cosas sin verlas”. “Gran  número de hechos que nuestros adversarios, los que nos reprenden porque creemos lo que no vemos, creen  ellos también por el rumor público y por la historia, o referentes a los lugares donde nunca estuvieron… Y no digan: No creemos porque no vimos. Pues si lo dicen, se ven obligados  a confesar que no saben con certeza quiénes son sus padres”. Es un prejuicio irracional que San Agustín desprecia tanto como la “credulidad”.

“Así como por las pruebas  que se ven creemos en los sentimientos amistosos sin ser vistos, de la misma manera, la Iglesia, que ahora vemos, es índice del  pasado y anticipo y anuncio del porvenir que no se ven”. En esta vida nueva se cumplen las profecías y los milagros, hoy en el presente: “Esto, ciertamente, lo vemos cumplido en el mundo, aunque no conocimos en carne a Cristo”. Po r eso “no os dejéis seducir ni por los supersticiosos paganos, ni por los pérfidos judíos, ni por los falaces herejes, ni tampoco, dentro de la Iglesia, por los malos cristianos, enemigos tanto más peligrosos cuanto más interiores”. “En nuestras manos tenemos las Sagradas Escrituras, en nuestros ojos los hechos”.

Continuará el próximo jueves...

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