En el año 177, en Lyon
CARTA DE FRANCIA
LOS MÁRTIRES DE LYON
(PRIMERA PARTE)
En su «Histoire ecclésiastique», Eusebio nos ha conservado citándolo, uno de los más preciosos documentos de la literatura hagiográfica. Redactada al día siguiente de las ejecuciones, en forma de carta, esta Pasión es un modelo del género en cuanto al realismo psicológico y a la exactitud del relato. En ella se realza el heroísmo de los mártires sin disimular los estremecimientos de humanidad en presencia de los suplicios. De condiciones muy distintas, esos cristianos, cada uno a su modo, rinden homenaje a Cristo, y Blandina, la más humilde de todos, no es la menos interesante.
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Los siervos de Cristo que habitan en Viena y Lyon, en las Galias, a sus hermanos del Asia y de la Frigia que tienen la misma fe y la misma esperanza en la redención: paz, gracia y gloria de por Dios, padre, y por Cristo Jesús, nuestro Señor.
La persecución fue de tal violencia en nuestro país, y tan grande la rabia de los paganos contra los santos, y tanto han sufrido nuestros bienaventurados mártires, que no podríamos hallar las palabras necesarias para haceros de ello un relato completo. Pues con todas sus fuerzas se abalanzó el adversario, el Diablo. Preparaba así su futuro reinado en los infiernos, donde se desenfrenará su violencia. Pasó por todas partes para arrastrar a sus gentes y ejercitarlas en el combate contra los siervos de Dios. No solamente se nos echó de las casas, de los baños y de la plaza pública, sino que aún se nos prohibió a todos nos hiciéramos ver en cualquier parte que fuese.
Sin embargo la gracia de Dios organizó la resistencia; alejó del peligro a los tímidos y opuso al adversario sólidos pilares de la fe, capaces de mantenerse sin moverse y que desviarían hacia sí el choque del malo. Los defensores marcharon al martirio y hubieron de soportar muchos ultrajes y suplicios. Mas no se detuvieron por tan poca cosa, apresuraron el paso hacia Cristo y revelaron al mundo que los sufrimientos de aquí abajo nada son en comparación de la gloria que nos espera allá.
Actitud de la muchedumbre
Soportaron valientemente en primer lugar las brutalidades de la muchedumbre. Fueron golpeados, insultados, zamarreados. Saquearon sus bienes, les arrojaron piedras, les encerraron juntos. Soportaron todo cuanto un populacho desenfrenado se complace en hacer sufrir a odiosos enemigos. Luego los hicieron subir al foro. Allí, el tribuno y los magistrados de la ciudad los interrogaron en presencia de todos. Confesaron su religión y fueron encarcelados, esperando la llegada del gobernador.
Un cristiano valiente
El gobernador luego que hubo llegado, los hizo comparecer y se ensañó con ellos en las crueldades acostumbradas contra los cristianos. Uno de nuestros hermanos, Vetio Epágato, estaba presente. Era un hombre tan compenetrado de amor divino y de caridad, era tan perfecto en todo que, a pesar de su juventud, merecía el elogio dirigido al sacerdote Zacarías: «Caminaba de acuerdo con las órdenes y los preceptos del Señor, y su vida era sin mancha». Siempre preparado a sacrificarse por los demás; lleno de celo en el servicio de Dios, hervía en los ardores del Espíritu. Un hombre de ese temple no pudo soportar tantas ilegalidades en el proceso contra los cristianos. Lleno de indignación, reclamó el derecho de tomar la palabra, él también, para defender a sus hermanos y para probar que no hay en nosotros impiedad ni negación de Dios. Mas los que rodeaban al tribunal profirieron alaridos contra él −era un hombre muy conocido−, y el gobernador no hizo lugar a su petición sin embargo tan legítima. El gobernador le preguntó únicamente si él también era cristiano. Aquél, con voz estrepitosa, proclamó que era cristiano; el gobernador lo adjuntó al número de los mártires. Se había dedicado a ser el sostén, el paráclito de los cristianos; mas llevaba en sí el Paráclito, el espíritu de Zacarías. Bien lo había manifestado en ese exceso de caridad que le había hecho exponer su propia vida para salvar a sus hermanos. Era y es aún un verdadero discípulo de Cristo y sigue al Cordero doquiera Él va.