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jueves, 8 de diciembre de 2011

¡SALVE CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA!


CARTA DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET
A UN DEVOTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN QUE QUIERE CRECER EN LA DEVOCIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA




Muy Sr. mío:

Acabo de recibir vuestra estimadísima carta con la que me pedís os diga alguna cosa para crecer cada día más y más en la Devoción al Inmaculado Corazón de María.

Querido amigo, no podíais pedir cosa más de mi gusto. Yo quisiera que todos los cristianos tuvieran hambre y sed de esta devoción. Amad, amigo mío, amad y amad muchísimo a María.

Y para que suba más de punto vuestra devoción y también para satisfacer vuestros deseos os diré por qué debemos amar a María Santísima:

- porque Dios lo quiere.
- porque Ella lo merece.
- porque nosotros lo necesitamos, por ser Ella un poderosísimo medio para obtener todas las gracias corporales espirituales y, finalmente, la salud eterna.


I. Debemos amar a María Santísima, porque Dios lo quiere...

Amar es querer bien al amado, es hacerle bien, es hacerle participante de sus bienes. Pues bien, el mismo Dios nos da el ejemplo e incita a amar a María. El Eterno Padre la escogió por Hija suya muy amada, el Hijo Eterno la tomó por Madre y el Espíritu Santo por Esposa. Toda la Santísima Trinidad la ha coronado por Reina y Emperatriz del cielo y de la tierra, y la ha constituido como dispensadora de todas las gracias. Debes saber, amigo mío, que María Santísima es obra de Dios y es la más perfecta que ha salido de sus manos, después de la Humanidad de Jesucristo. En Ella brillan de un modo muy particular la Omnipotencia, la Sabiduría y la Bondad del mismo Dios.

Es propio de Dios dar la gracia a cada criatura según el fin a que la destina, y como Dios destinó a María para ser Madre, Hija y Esposa del mismo Dios y Madre del hombre, de aquí se infiere ¡qué corazón le daría y con qué gracias la adornaría!


II. Debemos amar a María Santísima porque Ella lo merece.

María Santísima lo merece:
- por el cúmulo de gracias que ha recibido sobre la tierra y por la eminencia de gloria que posee en el cielo;
- por la dignidad casi infinita de Madre de Dios a que ha sido sublimada y por las prerrogativas adherentes a esta sublime dignidad.

MARÍA FUE COMO EL CENTRO DE TODAS LAS GRACIAS y bellezas que Dios había distribuido a los ángeles, a los santos y a todas las criaturas. María había de ser la Reina y Señora de los ángeles y de los santos y por lo mismo había de tener más gracias que todos ellos ya en el primer instante de su ser.

María había de ser Madre del mismo Dios. Es un principio de filosofía que entre la forma y las disposiciones de la materia ha de haber cierta proporción: la dignidad de Madre de Dios es aquí como la forma y el Corazón de María es la materia que ha de recibir esta forma ¡Oh, que cúmulo de gracias, virtudes y otras disposiciones se agrupan en aquél santísimo y purísimo Corazón!

Desde que Dios determinó hacerse hombre, fijó la vista en María Santísima y desde entonces dispuso todos los preparativos necesarios; la hizo nacer de los patriarcas, profetas, sacerdotes y reyes, y todas las gracias de estos las reunió en María, queriendo que fuera la flor y nata de todos ellos. Además la previno con bendiciones de dulzura y puso sobre su cabeza una corona de piedras preciosas, esto es, de gracias y bellezas, pero mucho más enriqueció su Corazón.

En el Corazón de María se han de considerar dos cosas, el Corazón material y el Corazón formal, que es el amor y la voluntad.

El Corazón material de María es el órgano, sentido o instrumento del amor y la voluntad. Así como por los ojos vemos, por los oídos oímos, por la nariz olemos, por la boca hablamos; así por el corazón amamos y queremos.

Dicen los teólogos que las reliquias de los santos merecen veneración y culto: 1) porque han sido miembros vivos de Jesucristo; 2) porque han sido templos del Espíritu Santo; 3) porque han sido órganos de la virtud; 4) porque serán instrumentos de la gracia; 5) Porque serán glorificados después de la resurrección.

Ahora bien, el Corazón de María reúne estas propiedades y muchas más: 1) el Corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe y la caridad, sino también origen, manantial de donde se tomó la Humanidad 2) el Corazón de María fue Templo del Espíritu Santo, y más que templo, pues de la purísima sangre salida de ese Corazón formó el Espíritu Santo la Humanidad Santísima en las purísimas y virginales entrañas de María en el gran misterio de la Encarnación; 3) el Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico y singularmente en la caridad para con Dios y para con los hombres; 4) El Corazón de María es hoy en día un Corazón vivo, animado y sublimado en lo más alto de la gloria; 5) el Corazón de María es el trono desde donde se dispensan todas las gracias y misericordias.

MARÍA ES VERDADERAMENTE MADRE DE DIOS. Una mujer que ha dado a luz un hombre se llama y es madre de todo aquel hombre, que es un compuesto de alma y cuerpo, aunque el alma viene de Dios. Así María Santísima es Madre de Dios, porque este divino compuesto de persona divina, alma racional y cuerpo material es el término de la generación en las purísimas y virginales entrañas de María. Esta dignidad de Madre de Dios es la que más la enaltece, porque es una dignidad casi infinita, por ser madre de un ser infinito. Es más de cuanto posee en gracia y en gloria. Los doctores y Santos Padres dicen que si por los frutos se conoce el árbol, según consta en el Evangelio, qué diremos de María, que ha dado a luz aquel bendito Fruto que tanto elogió Santa Isabel, cuando dijo: Bendito el Fruto de tu vientre...¿De dónde a mi tanta dicha que me venga a ver la Madre de Dios?

Dice Santo Tomás que el fuego no prende en el leño hasta que éste tiene los mismos grados de calor que aquél. Pues bien, si para que de la sangre del Corazón de María se formase la Humanidad, a la que había de juntarse la Divinidad, era preciso que tuviese una disposición casi divina; ¿Qué diremos ahora de María, si, además de considerarla Madre de Dios, juntamos las demás gracias que recibió de Jesús?, Jesús por donde pasaba hacía bien a todos más o menos según la disposición en que los hallaba; ¿Qué pensaremos de las gracias y beneficios que dispensaría a María, por la que pasó no rápidamente sino que estuvo con mucha detención en sus entrañas nueve meses y a su lado treinta y tres años, hallándose Ella siempre con la más buena disposición y preparación para recibir beneficios de Jesús?. A estas gracias se ha de juntar también la que recibió del Espíritu Santo el día de Pentecostés y además se han de añadir las que se agenció con el ejercicio de tantas y tan heroicas virtudes en todo el curso de su Santísima y larga vida, acompañada de aquellas fervorosas meditaciones en las que según el profeta, se enciende la llama del Divino amor.

Al considerar San Buenaventura la gracia de María, exclama diciendo: la gracia de María es una gracia inmensísima, multiplicadísima.

No sólo se han de considerar las gracias que María ha obtenido para ser y por haber sido Madre de Dios y las gracias que recibió de Jesucristo, del Espíritu Santo y que Ella se granjeó con su cooperación, sino también es indispensable fijar la atención en la multitud de incomparables prerrogativas que tan grande dignidad le han acarreado. Referiremos algunas:

1º. Haber sido preservada del pecado original, en que indispensablemente había de incurrir de no haber sido Ella la destinada para Madre del mismo Dios. Para esto Dios la dotó de un Corazón inmaculado, purísimo, castísimo, humildísimo, mansísimo, santísimo; pues de la sangre salida de este Corazón se había de formar el cuerpo de Dios humanado.

2º. Haber concedido en el tiempo aquél mismo Hijo de Dios que el Eterno Padre engendra en la Eternidad. No lo dudes, dice San Buenaventura, el Eterno Padre y la Virgen Sagrada han tenido un mismo y único Hijo.

3º. Como el Eterno Padre tuvo este divino Hijo sin perder nada de su Divinidad, así también la Santísima Virgen María ha concebido y dado a luz este mismísimo Hijo sin el menor detrimento de su Santísima Virginidad.

4º. Haber tenido un legítimo poder para mandar al Señor absoluto de todas las criaturas, pues que este es un derecho que la naturaleza da a todas las madres, derecho al que el Hijo de Dios ha querido sujetarse gustosamente, pues dijo que había venido no para derogar la ley, sino para cumplirla con más perfección que los demás hombres; y el evangelista San Lucas nos da testimonio de cómo obedecía a su Madre y a San José. Este derecho hace tanto honor a María Santísima que San Bernardo dice que no sabe que es más digno de admiración, si el que Jesús obedezca a María ó el que María pueda mandar a Jesús. Porque, dice el Santo, el que Dios obedezca a una mujer es humildad sin ejemplo y el que una mujer mande a Dios es una elevación sin igual.

5º. Haber sido la esposa del Espíritu Santo de una manera infinitamente más noble que las otras vírgenes, puesto que las otras apenas merecen ser aliadas a ese Divino Esposo en cuanto al alma, mientras que María lo ha sido no sólo en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo, de la manera más casta. La alianza que ha habido entre el Espíritu Santo y las vírgenes castas sólo ha servido para la producción de los actos de virtudes, pero la alianza entre este Divino Espíritu y María Santísima ha producido de la manera más inefable al Señor de las virtudes, Cristo Señor Nuestro.

6º. Haber sido como el término, por decirlo así, y la coronación de la Santísima Trinidad, porque ha producido el más excelente Fruto de su fecundidad ad extra, como dicen los teólogos, es decir ha producido un Dios-Hombre. María ha producido un sujeto capaz de dar a la Santísima Trinidad un honor cual la Santísima Trinidad se merece, un honor que todas las criaturas juntas, y aunque éstas se multipliquen muchísimas veces, no son capaces de dar como lo hace el Hijo de María, Dios y Hombre verdadero.

7º. Haber sido hecha Reina y Señora de todas las criaturas, por haber concebido y dado a luz el Verbo Divino, por quien fueron hechas todas las cosas, como dice San Juan.


III. Debemos amar a María Santísima y ser sus devotos, porque la Devoción a María Santísima es un medio poderosísimo para alcanzar la salvación.

La razón de esto es que María puede salvar a sus devotos, lo quiere y lo hace. María puede salvarlos, porque es la puerta del cielo. María quiere salvarlos porque es la Madre de Misericordia. María lo hace porque ella es la que obtiene la gracia justificante a los pecadores, el fervor a los justos y la perseverancia a los fervorosos. Por esto los Santos Padres la llaman rescatadora de los cautivos, el canal de las gracias y la dispensadora de las misericordias. Por eso se ha dicho que el ser devoto de María es una señal de predestinación, así como es una marca de reprobación el no ser devoto de María o el ser contrario a su devoción. La razón es muy clara, nadie se puede salvar sin el auxilio de la gracia, que viene de Jesús, como cabeza que es de su Cuerpo Místico, la iglesia. Ahora bien, María es como el cuello que junta, por decirlo así el cuerpo con la cabeza y como el influjo de la cabeza al cuerpo ha de pasar por el cuello, así las gracias de Jesús pasan por María y se comunican al cuerpo, es decir a sus devotos que son los miembros vivos. María es llamada por los Santos Padres la escala del cielo, porque por medio de María ha bajado Dios del cielo y por medio de María suben los hombres al cielo y a la ventana del paraíso, nos enseñan con esas palabras, que los elegidos, justos y pecadores, entran en la mansión de la gloria por su mediación, con esta sola diferencia: que los justos entran por Ella como por la puerta del llano, pero los pecadores entran por Ella como por la ventana que es María, por la escalera que es María.


CONCLUSIÓN

Por lo tanto, amigo mío, después de Jesús, hemos de poner toda nuestra confianza y esperanza de nuestra eterna salvación en Ella. ¡Oh! dichoso el que invoca a María, el que acude al Inmaculado Corazón de María con confianza, que él alcanzará el perdón de los pecados por muchos y por grandes que sean, alcanzará la gracia y finalmente la gloria del cielo. Que tanto deseo a usted y a todos.


SAN ANTONIO MARÍA CLARET
ORA PRO NOBIS!


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