NEGATIO
III
De la manera que pararían los rasgos de un tizne a un rostro muy hermoso y acabado, de esa misma manera afean y ensucian los apetitos desordenados del alma que los tiene, la cual en si es una hermosísima acabada imagen de Dios.
El que tocare a la pez, dice el Espíritu Santo, ensuciarse ha de ella; entonces toca uno la pez, cuando en alguna criatura cumple el apetito de su voluntad.
Si hubiésemos de hablar de propósito de la fea y sucia figura que pueden poner los apetitos del alma, no hallaríamos cosa, por llena de telarañas y sabandijas que esté, ni fealdad a que la pudiésemos comparar.
Los apetitos son como los renuevos que nacen en derredor del árbol y le quitan virtud para que no lleve tanto fruto.
No hay mal humor que tan pesado ponga a un enfermo para caminar, ni tan lleno de hastío para comer, cuando el apetito de criaturas hace al alma pesada y triste para seguir la virtud.
Muchas almas no tienen ganas de obrar virtudes, porque tienen apetitos no puros y fuera de Dios.
Como los hijuelos de la víbora, cuando van creciendo en el vientre, comen a la madre y la matan, quedándose ellos vivos a costa de ella, así los apetitos no mortificados llegan a enflaquecer tanto, que matan al alma en Dios, y sólo lo que en ella vive son ellos, porque ella primero no los mató.
El apetito y asimiento del alma tiene la propiedad que dicen que tiene la rémora con la nave, que con ser un pez muy pequeño, si acierta a pegarse a la nave, la tiene tan quieta que no la deja caminar.
Al codicioso todo se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que esta asido y apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se puede librar por poco tiempo de este lazo del pensamiento a que esta asido el corazón.
Es nuestra vana codicia de tal suerte y condición, que en todas las cosas quiere hacer asiento, y es como la carcoma que roe lo sano, y en las cosas buenas y malas hace su oficio.
El principal cuidado que han de tener los maestros espirituales es mortificar a los discípulos de cualquier apetito, haciéndolos quedar en vacío de lo que apetecían, por dejarlos libres de tanta miseria.
Así como es necesario a la tierra la labor para que lleve fruto, y sin ella no lleva sino malas yerbas, así es necesaria la mortificación de los apetitos para que haya pureza en el alma.
Eso que pretendes y lo que más deseas no lo hallarás por esa vía tuya, ni por la alta contemplación, sino en la mucha humildad y rendimiento de corazón.
No te canses, que no entrarás en el sabor y suavidad de espíritu sino te dieres a la mortificación de todo eso que quieres.
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