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sábado, 3 de diciembre de 2011

ADVIENTO

TIEMPO DE ADVIENTO

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El primer domingo de Adviento es el primer día del año eclesiástico, y el principio de un tiempo privilegiado que precede a la fiesta de Navidad, y que en la intención de la Iglesia no es otra cosa que una preparación para esta gran fiesta. Algunos creyeron que el Adviento era de institución apostólica, pero por lo menos es tan antiguo en la Iglesia como la fiesta de Navidad. Desde que se ha celebrado el día del nacimiento del Salvador, ha exhortado la Iglesia a los fieles a que se preparen para la celebración de este día venturoso, y ella misma les ha dado ejemplo por las oraciones que ha multiplicado en este santo tiempo y por los ejercicios de penitencia que les ha dictado.

San Perpetuo
    Como el Adviento no es otra cosa, según el espíritu de la Iglesia, que un tiempo destinado antes de la fiesta de Navidad para prepararse por medio de la oración, el ayuno y los ejercicios de piedad a celebrar y hacerse favorable el advenimiento, esto es, la venida de Jesucristo, designada por la palabra Adviento; no hay prácticas de penitencia y devoción que los fieles no hayan puesto en uso durante este santo tiempo. San Perpetuo, obispo de Tours, que vivía hacia la mitad del siglo V, viendo que el fervor de sus diocesanos se resfriaba de día en día en los ejercicios piadosos de este santo tiempo, y sobre todo que se habían relajado mucho en cuanto al ayuno, ordenó que se ayunase por lo menos tres días en la semana durante el Adviento, que era entonces de seis semanas como la Cuaresma. El primer concilio de Macon, celebrado el año de 581, ordenó lo mismo, y añadió que se celebrase la misa y el oficio divino según el orden y la regla que se observaba en la Cuaresma.

Este canon del concilio de Macon, que dispone que durante el Adviento se celebre la misa como en Cuaresma, nos da bastante a conocer que el Adviento se ha mirado siempre como la Cuaresma de Navidad; esto es, que así como la Cuaresma de cuarten días había sido instituida en la Iglesia para que sirviese de preparación a la fiesta de Pascua, del mismo modo fue establecido el Adviento para disponernos a la celebración de la de Navidad. Los ayunos del Adviento tenían bastante relación con los de Cuaresma en las iglesias donde se ayunaba todos los días desde el siguiente a la fiesta de san Martín; y esto es lo que dio ocasión a los regocijos que se han acostumbrado en esta festividad, igualmente que se hacía en la víspera de Cuaresma, en cuyo día era permitido comer carne, no comenzándose hasta el otro día la abstinencia y el ayuno. En algunas iglesias el Adviento comenzaba en el mes de septiembre; pero como no se ayunaba más que tres veces en la semana, resultaban siempre solos cuarenta días de ayuno hasta Navidad. El segundo concilio de Tours, año de 567, obligaba a todos los religiosos a ayunar solamente tres días en la semana durante los meses de septiembre, octubre y noviembre; pero el mes de diciembre debían ayunarle todo hasta Navidad. Todo esto manifiesta que el Adviento no ha sido en todas partes igual en cuanto al número de días; ha sido más largo ó más corto, más seguido ó más interrumpido, en tiempos y lugares diferentes; esta diferencia de tiempos y de costumbre se halla en los antiguos Sacramentarios: la práctica de observar un Adviento de cuarenta días ó de seis semanas subsistía aun en el siglo XIII, al menos en algunas iglesias y entre los monjes; y aun después que la Iglesia ha reducido el tiempo de Adviento a cuatro semanas, la abstinencia y el ayuno son de regla indispensable en muchas Órdenes religiosas.

San Pedro Damiano
Los Capitulares de Carlomagno hacen el Adviento de cuarenta días, dándole también el nombre de Cuaresma. Este pasaje de los Capitulares atribuye solo a la costumbre los ejercicios piadosos del Adviento; sin embargo, no deja de declarar que es un tiempo de oración, de ayuno y de penitencia. Y aunque todos los días del año -añadieron- deben ser días de oración y penitencia, los días del Adviento deben ser singularmente consagrados a estos santos ejercicios de religión. San Pedro Damiano da también al Adviento el nombre de Cuaresma. El papa Nicolao I, exponiendo a los búlgaros recién convertidos a la fe las costumbres de la Iglesia católica, no olvida la cuaresma del Adviento como muy antigua en la Iglesia romana. Rodulfo, dean de Tongrés, dice que el Adviento era de seis semanas en Milán y en Roma, y que en Roma se ayunaba todavía entero en su tiempo. El papa Bonifacio VIII en la bula de la canonización de san Luis declara que este gran Príncipe pasaba en ayunos y oraciones los cuarenta días antes de la fiesta de Navidad. San Carlos no hacía más que renovar los antiguos cánones de la Iglesia cuando quería que se exhortase vivamente a todos los fieles a que comulgasen por lo menos todos los domingos del Adviento, mandando a los curas que inclinasen sus parroquianos a observar religiosamente el antiguo estatuto del papa Silverio, que dice, que aquellos que no comulguen muy a menudo, comulguen al menos los domingos de Adviento y de Cuaresma. Estas palabras son muy notables: Ut qui sæpius non communicant, singulis saltem dominicis diebus in Quadragesima corpus Domini sumant, ac præterea diebus dominicis Adventus.

San Carlos Borromeo
Dirigió además san Carlos a sus diocesanos una carta pastoral en lengua vulgar, en la que les enseña, que si el Adviento era de seis semanas en la iglesia de Milán, era para prepararse a recibir el Hijo de Dios, que del seno de su Padre viene a la tierra para conversar con nosotros; que era por tanto necesario en todos los días del Adviento quitar algún tiempo a las demás ocupaciones para meditar en secreto quien es el que viene, de dónde viene, cómo viene, quiénes son los hombres por quien viene, y por fin, cuáles son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida: añade que era necesario prepararse a recibirle, deseando su venida tan ardientemente como la han deseado los Profetas y los justos del Antiguo Testamento, purificándose por la confesión, por los ayuno es y por la comunión sacramental. Les dice que en otro tiempo se había ayunado todo el Adviento, como si todo este tiempo no hubiese sido más que la vigilia de Navidad; la excelencia, la santidad y la celebridad de esta fiesta piden con razón, les dice, una preparación tan grande, y una vigilia tan larga; les exhorta a que ayunen algún día de la semana durante el Adviento, ó muchos días según la devoción de cada uno, y a distribuir con abundancia socorros y limosnas entre los pobres; en este tiempo, dice, en que la caridad del Padre eterno nos dio y nos da aun todos los años su propio Hijo, como un tesoro infinito de todos los bienes, y como una fuente de gracias y de misericordias; que era precisos aplicarse más que nunca a las buenas obras, y a la lectura de los libros de piedad; en fin, que era necesario disponerse de tal manera para este primer advenimiento del Hijo de Dios, que pudiésemos esperar su segundo advenimiento, no solo sin temor, sino con aquella confianza y aquella alegría que acompaña siempre a la buena conciencia. He aquí el resumen de aquella admirable instrucción de san Carlos, por la que, instruyendo a los pueblos tanto por su ejemplo como por sus palabras, había obligado a todos los eclesiásticos de su casa a comer al menos de pescado durante el Adviento, conforme a la costumbre antigua de los adscritos a la Iglesia, dicen las actas de la iglesia de Milán.

Tal ha sido en todo tiempo la persuasión de que el Adviento era un tiempo de penitencia, de oración y de recogimiento, que los obispos de Francia se tomaron la libertad de representar al rey Carlos el Calvo, en 846, que no era conveniente que los obispos permaneciesen en la corte en el santo tiempo del Adviento, ni en la Cuaresma, bajo cualquier pretexto que fuese, y que por lo tanto suplicaban a S.M. les permitiese retirarse a sus diócesis para instruir los pueblos, y prepararlos para las fiestas de Pascua y de Navidad.

He aquí la idea que en todo tiempo ha formado la Iglesia del santo tiempo del Adviento, al cual ha mirado siempre casi al par con el santo tiempo de Cuaresma. Y si todos los domingos del año, como se ha dicho, deben santificarse con tanta religión, ¿con qué ejercicios de devoción, y con qué pureza no deben santificarse todos los domingos del Adviento, tan privilegiados sobre todos los demás del año? El oficio empezaba antiguamente con este invitatorio: Ecce venit Rex, ocurramus obviam Salvatori nostro: He aquí nuestro Rey que viene, salgamos al encuentro a nuestro Salvador. En otras partes se decía también, como se dice hoy: Regem venturum Dominum: venite, adoremus. Venid, hermanos míos, adoremos a nuestro divino Señor, nuestro soberano Rey que debe venir de aquí a pocos días. En algunas iglesias, como en Auxerre, se decía por invitatorio: Ecce lux vera: He aquí que viene la verdadera luz; y durante este tiempo venía un niño desde detrás del altar hasta la silla de los cantores con un cirio encendido. En Marsella durante el Adviento, después de Maitines, y antes de comenzar Laudes, se interrumpía por algún tiempo el oficio para suspirar por la venida del Salvador, y la expectación de la salud: se arrodillaba todo el coro, y se cantaba solemnemente: Emitte Agnum Domine, Dominatorem terræ: Enviad, Señor, el Cordero divino, Señor de toda la tierra; lo cual se continuaba hasta la vigilia de Navidad. De aquí aparece que en todo tiempo nada se ha omitido para reanimar durante el Adviento la religión y la devoción de los fieles.

Fuente: P. Jean Croisset, "Año Cristiano ó Ejercicios devotos para todos los Domingos, días de Cuaresma y Fiestas Móviles" TOMO I. Librería Religiosa, Barcelona 1863.

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