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miércoles, 30 de noviembre de 2011

MILAGROS EUCARÍSTICOS

RAMILLETE DE ESPIGAS
Año 513, Seleucia Anatolia



Si maravillosa y sorprendente aparece la transubstanciación que, en virtud de la poderosa eficacia comunicada por Dios a las palabras del sacerdote, se verifica en la sacrosanta Eucaristía, convirtiendo la substancia del pan en el cuerpo y sangre de Cristo, no es menso admirable que las especies sacramentales en virtud de la omnipotente diestra del Altísimo, germinen y produzcan lozanas y exuberantes espigas de trigo, como de ello da testimonio la siguiente relación histórica:

Habitaba en Seleucia un rico comerciante, fanático hereje Severiano, aunque no hostil a la verdadera Iglesia Romana.

Entre los varios criados que le prestaban servicio había uno muy ferviente católico, que tomó en Jueves santo la Sagrada Comunión, y habiéndose llevado, como era costumbre en aquellos tiempos, otras santas formas, envueltas en blanco finísimo lienzo, las depositó en un armario para cuando quisiese comulgar o llevarlas consigo, caso de tener que emprender algún viaje.

Después de Pascua recibió la orden de ir a Constantinopla por cierto urgente negocio, y al ponerse en camino, olvidado por completo de los Sagrados Misterios, entregó la llave del armario a su dueño.

Al poco tiempo, como el hereje abriese el tan preciado mueble que a manera de Tabernáculo guardaba la Joya más rica de cielos y tierra, halló el inmaculado lienzo que envolvía las sacrosantas Hostias, y a su vista experimento una gran turbación de espíritu, no sabiendo que hacerse.  “Comulgar, decía entre sí mismo, me lo prohíbe la doctrina severiana que profeso; despreciarlas, no lo consiente mi corazón, porque todo lo que atañe a la Religión Católica merece  mi respeto… ¿Qué haré?...Las dejaré intactas hasta que mi siervo vuelva…quien, sin duda alguna, las recibirá en Comunión”.

Llego el día solemne de la Cena del Señor, y como el criado no hubiese vuelto todavía de su largo viaje, le pareció al dueño sería conveniente quemar aquellas antiguas Formas a fin de que no permanecieran por más tiempo encerradas; pero ¡oh prodigio!, al abrir el armario ve con asombro que habían germinado y producido un ramillete de hermosas y doradas espigas de trigo.

Atónito y espantado por tan grande maravilla, convoca al momento a todos sus domésticos y clamando “Señor, ten piedad de nosotros”, se dirigen en devotísima procesión a la iglesia para presentar las milagrosas espigas al santo obispo Dionisio, declarándole el portento sucedido visto de innumerables personas de todas las edades y condiciones; y mientras repetían “Señor, ten piedad de nosotros”, otros daban incesantes gracias a Dios por tan raro prodigio, que motivó la conversión de muchos a la fe ortodoxa.

(Baronius, Annales Ecclesiastici, tomo 6, pág 626, litt. b. c.)


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