LOS TEMPERAMENTOS
EL TEMPERAMENTO COLÉRICO
(Capitulo anterior, ver aqui)
I. Esencia del temperamento colérico.
El alma del colérico por las influencias que recibe, se excita de inmediato y con vehemencia. La reacción sigue al instante. La impresión queda en el alma por mucho tiempo.
II. Distintivo del colérico así del bueno como del malo.
El colérico siente y se entusiasma por lo grande - no busca lo ordinario, sino aspira a lo grandioso y sobresaliente. Tiende a lo alto, sea en las cosas temporales ambicionando una fortuna grande, un comercio muy extenso, una casa magnífica, un nombre prestigioso, un puesto destacado, - o sea en las cosas de su alma sintiendo en sí un deseo vehemente de santificarse, de hacer grandes sacrificios por Dios y por el prójimo y de salvar muchas almas para la eternidad. La virtud innata del colérico es la generosidad, que desprecia lo bajo y vil y suspira por lo noble, grande y heroico.
En estas sus aspiraciones a lo grande le apoyan:
1º Un entendimiento agudo. Las más de las veces, si bien no siempre, el colérico es un buen talento; es un hombre intelectual, al paso que su fantasía y especialmente su vida interior no se hallan desarrolladas, sino han quedado un tanto raquíticas.
2º Una voluntad fuerte, que no se amilana ante las dificultades, sino, por el contrario, emplea toda su vitalidad, y persevera a costa de grandes sacrificios hasta llegar a su meta. No conoce lo que es pusilanimidad y desaliento.
3º Un gran apasionamiento. El colérico es el hombre de las grandes pasiones; rebosa de violento apasionamiento máxime cuando encuentra resistencia o persigue sus altos proyectos.
4º Un instinto a menudo inconsciente de dominar y sujetar a los demás. El colérico ha nacido para mandar; está en su elemento, cuando puede ordenar y organizar las grandes masas del pueblo.
La imprudencia es para el colérico un obstáculo sumamente peligroso en su aspiración hacia lo grande. El es al punto absorbido por lo que una vez ha deseado y se lanza apasionada y ciegamente hacia la meta concebida sin reflexionar siquiera, si el camino adoptado realmente conduce al fin. Ve este único camino elegido en un momento de pasión y de poca reflexión sin darse cuenta de que por otro camino pudiera llegar a su fin con mucha más facilidad y seguridad. Encontrándose ante grandes obstáculos en un camino errado puede, cegado por la soberbia, resolverse con dificultad a desandar lo andado, y prueba aún lo imposible por conseguir su fin. Llega, por decirlo así, a perforar la pared con la cabeza, teniendo al lado una puerta que le franquea la entrada. De este modo, malgasta sus energías, se ve alejado poco a poco de sus mejores amigos y acaba por estar aislado y mal visto en todas partes. Después de echarse a perder sus más bellos éxitos, todavía niega que él mismo es la causa principal de sus fracasos. Esta imprudencia en la elección de medios la pone de manifiesto también en sus aspiraciones a la perfección, de modo que a pesar de todos sus grandes esfuerzos no llegará a la perfección. El colérico puede prevenir este peligro sometiéndose dócil y humildemente a las normas del director espiritual.
III. Cualidades malas del colérico.
I. Orgullo:
que se manifiesta sobre todo en los siguientes puntos:
a) El colérico es muy pagado de sí mismo. Tiene en alta estima sus cualidades personales y sus éxitos y se tiene por algo excepcional y llamado a altos destinos. Hasta sus mismas faltas, por ejemplo, su orgullo, testarudez y cólera, las considera como justificables y aún dignas de toda aprobación.
b) El colérico es muy caprichoso y ergotista. Cree tener siempre razón, quiere tener la última palabra, no sufre contradicción y no quiere ceder en nada.
c) El colérico se fía mucho de sí mismo. Es decir, de su ciencia y facultades. Rechaza la ayuda ajena, gusta hacer solo los trabajos ya por creerse más apto que los demás en la plena seguridad de su propia suficiencia para llevar a feliz término la obra emprendida. Difícilmente se convence de que aún en cosas de pequeña monta requiere el auxilio divino; por lo cual, no es de su agrado impetrar la gracia de Dios y quisiera con sus propias fuerzas resistir victoriosamente a grandes tentaciones. Por esta presunción, en la vida espiritual cae el colérico en muchos y graves pecados y es esta también la causa porque tantos coléricos, a pesar de sus grandes sacrificios, no llegan nunca a hacerse santos. En él radica una buena parte del orgullo de Lucifer. Se conduce, como si la perfección y el cielo no debieran atribuirse en primer lugar a la gracia divina, sino a sus personales esfuerzos.
d) El colérico desprecia a su prójimo. A los demás los tiene por tontos, débiles, torpes y lerdos, por lo menos en comparación suya. Este menosprecio por el prójimo lo pone de manifiesto en sus palabras despreciativas, burlonas e inconsideradas y en su proceder altanero con los que le rodean, sobre todo con sus súbditos.
e) El colérico es ambicioso y mandón. Siempre quiere figurar en primer término, ser aplaudido y suplantar a los demás. Su ambición le hace empequeñecer, combatir, y perseguir a aquellos que se le cruzan en el camino, y esto no raras veces con medios poco nobles.
f) El colérico se siente hondamente herido cuando es avergonzado y humillado. No sin mal humor recuerda sus pecados, pues le obligan a tenerse en menos y no pocas veces llega hasta desafiar a Dios.
II. Cólera
El colérico se excita profundamente por la contradicción, resistencia u ofensas personales. Este estado de ánimo se exterioriza por palabras duras, que si bien pronunciadas en forma cortés y correcta hieren, no obstante, hondamente por el tono en que las profiere. No hay nadie que pueda herir tan dolorosamente con menos palabras que un colérico. Pero lo más agravante es que el colérico, en la vehemencia de su ira, hace recriminaciones falsas y exageradas, y en su apasionamiento llega a interpretar mal y tergiversar las mejores intenciones del que se cree ofendido, y estas falsamente supuestas ofensas las reprocha con las expresiones más amargas. La justicia con que trata a sus semejantes hace que se enfríen sus mejores amistades.
Su ira culmina no pocas veces en el paroxismo de la rabia y del furor; de aquí hay un solo paso al odio reconcentrado. Los grandes insultos jamás los olvida. El colérico en su ira y orgullo se deja llevar de acciones que el sabe muy bien que le serán perjudiciales, por ejemplo, a su salud, trabajo, fortuna; acciones por las cuales se verá obligado no solo a abandonar su empleo, sino también a romper con viejas amistades. El colérico es capaz de abandonar proyectos acariciados durante largos años, solamente por no ceder a un capricho. Dice el P. Schram en su "Teol. mist.",II.66: "El colérico prefiere la muerte a la humillación".
III. Hipocresía y disimulo.
La soberbia y terquedad conducen al colérico no pocas veces a medios tan ruines como el disimulo e hipocresía, pudiendo ser, por otra parte, muy noble y sincero por naturaleza. No queriendo confesar una debilidad o derrota, disimula. Al ver que sus proyectos no salen a pedir de boca, a pesar de su empeño, no le resta más que fingir y valerse de fraudes y mentiras. El P. Schram dice en otro lugar: "Si es castigado, no corrige sus vicios, antes bien, los oculta".
IV. Insensibilidad y dureza.
El colérico es, ante todo, un hombre intelectual; tiene, por decirlo así, dos inteligencias, pero un solo corazón. Esta deficiencia en la vida sentimental le trae no pocas ventajas. No se apesadumbra al verse privado de consolaciones sensibles en medio de la oración y puede soportar por largo tiempo el estado de aridez espiritual. Es ajeno a sentimientos tiernos y afectuosos y aborrece las manifestaciones delicadas de amor y cariño que suelen nacer de las amistades particulares. Tampoco una mal entendida compasión es capaz de hacerle abandonar el camino del deber y de obligarle a renunciar a sus principios. Mas esta frialdad de sentimientos tiene también sus grandes desventajas. El colérico puede permanecer indiferente e insensible frente al dolor ajeno y si su propio encumbramiento lo reclama, no vacila en pisotear despiadadamente la felicidad que otros disfrutan. Sería de desear que los superiores de índole colérica se examinaran diariamente, si no han sido tal vez duros y exigentes con sus súbditos, particularmente con los enfermizos, débiles de talento y remisos.
IV. Cualidades buenas del colérico
Cuando el colérico pone su vitalidad característica al servicio del bien, llega a ser un instrumento sumamente apto para la gloria de Dios y la salvación de las almas redundando todo ello en su propio aprovechamiento espiritual y temporal. A todo ello contribuye sobremanera la agudeza de su entendimiento, su aspiración a lo noble y grande, el vigor y decisión de su varonil voluntad y esa maravillosa amplitud y claridad de miras con que concibe sus pensamientos y proyectos.
Con relativa facilidad puede llegar el colérico a la santidad. Los santos canonizados por la Iglesia , son, en su gran mayoría, coléricos o melancólicos Un colérico sólidamente formado no siente mayores dificultades para mantenerse recogido en la oración; pues, con la energía de su voluntad desecha fácilmente las distracciones; y ello se explica ante todo tomando en cuenta que por naturaleza sabe reconcentrar con gran prontitud e intensidad toda su atención en un determinado asunto. Y esta es probablemente también la razón por que los coléricos llegan tan fácilmente a la contemplación, o, como la llama Santa Teresa, a la oración de la quietud. En ningún otro temperamento podrá hallarse la contemplación propiamente dicha con tanta frecuencia como en el colérico. El colérico bien desarrollado, es muy paciente y fuerte en sobrellevar dolores corporales, sacrificado en los sufrimientos, constante en penitencias y mortificaciones interiores, magnánimo y noble para con los menesterosos y débiles, lleno de repugnancia contra todo lo vil y bajo. Y aunque la soberbia penetre el alma del colérico, por decirlo así, en todas sus fibras hasta las últimas ramificaciones, de modo que parezca no tener otra pasión más que la soberbia, sabe no obstante sobrellevar y aun buscar voluntariamente las más vergonzosas humillaciones, si seriamente aspira a la perfección. Por su naturaleza insensible y dura tiene pocas tentaciones de concupiscencia y con gran facilidad puede llevar una vida casta. Sin embargo, entregándose el colérico voluntariamente al vicio de la impureza y buscando en él su satisfacción, resultan atroces y horrendas en él las erupciones de esta pasión.
El colérico logra hacer grandes cosas también en su labor profesional. Por ser su temperamento activo, se siente incitado continuamente a la actividad y al trabajo. No puede estar desocupado y sus trabajos los hace con rapidez y aplicación; todo le va muy bien. En sus empresas es persistente y no se amedrenta ante dificultades. Puede colocárselo sin cuidado en puestos difíciles y confiarle grandes cosas. En el hablar el colérico es breve y conciso; ni es amigo de inútiles repeticiones. Esa forma breve, concisa y firme en su hablar y presentarse da a los coléricos, que trabajan en la educación, mucha autoridad. Las educadoras coléricas tienen algo de varonil y no dan a sus alumnos el brazo a torcer como les pasa muchas veces a las melancólicas indecisas. Los coléricos además saben callarse como un sepulcro.
V. De lo que el colérico tiene que observar particularmente en su propia educación.
1. El colérico debe sacar grandes pensamientos de la palabra de Dios (meditación, lectura, sermón), o de la experiencia de su propia vida. Ellos han de arraigarse bien en su alma y entusiasmarle siempre de nuevo hacia el bien y las cosas de Dios. No hace falta que sean muchos esos pensamientos. Al colérico San Ignacio de Loyola, le bastaba el de: "Todo para la mayor gloria de Dios"; al colérico San Francisco Javier: "¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero si con ello daña su alma?". Un buen pensamiento, que cautiva al colérico le servirá de norte y guía para conducirlo, a pesar de todas las dificultades a los pies de Jesucristo.
2. Un colérico debe aprender a pedir diariamente a Dios con constancia y humildad su ayuda divina. Mientras no haya aprendido esto, no adelantará mucho en el camino a la perfección. Pues también para el colérico vale la palabra de Cristo: "pedid y recibiréis". Y si además se venciera para pedir un consejo y apoyo a su prójimo, aunque no fuera sino a su superior o confesor, adelantaría aún más.
3. Un colérico debe dejarse llevar en todo por este buen propósito: No quiero buscar nunca mi propia persona, sino he de considerarme siempre: a) como instrumento de Dios que El puede usar a discreción, y b) como siervo de mi prójimo, que diariamente se sacrifica por los demás. Debe obrar según la palabra de Cristo: "Quien entre vosotros quiera ser el primero, sea el siervo de todos".
4. Un colérico tiene que luchar continuamente contra el orgullo y la ira. El orgullo es su desgracia, la humildad su salvación. Por lo tanto: a) ¡haz sobre este punto tu examen particular por mucho años! b) ¡humíllate por propia iniciativa ante los superiores, el prójimo y la confesión! ¡Pide por una parte a Dios y a los que más de cerca te rodean, humillaciones, y por otra acepta con generosidad las que te sobrevengan! Vale más para un colérico ser humillado por otros que humillarse a sí mismo.
VI. De lo que hay que observar en la educación de un colérico.
El colérico puede con sus facultades ser de grande utilidad a la familia, a los que le rodean, a la comunidad y al estado. Pues ha nacido para ser jefe e incansable organizador. El colérico bien educado va en pos de las almas extraviadas sin descanso ni respeto humano. Propaga con constancia la buena prensa y trabaja de buena gana a pesar de malos éxitos en el florecimiento de las asociaciones católicas, siendo así una bendición para la Iglesia. Mas , por otra parte, si el colérico no combate las malas cualidades de su temperamento, la ambición y la obstinación le podrán llevar al extremo de causar como la pólvora, grandes estragos y confusión en las asociaciones públicas y privadas. Por lo cual, el colérico merece una esmerada educación, sin escatimar trabajos y sacrificios, ya que son grandes los bienes que ella aporta.
1. Al colérico hay que perfeccionarlo bien en cuanto sea posible, a fin de que aprenda realmente algo, siendo sus aptitudes excelentes. De lo contrario, querrá el mismo perfeccionarse más tarde, descuidando su labor profesional o, lo que es mucho peor, envaneciéndose sobremanera de sus habilidades aunque en realidad no haya cultivado sus aptitudes, ni en rigor haya aprendido algo.
Los coléricos menos aprovechados de talento o con sus facultades poco desarrolladas (en las fuerzas de sus facultades), pueden llegar, una vez independientes o con el cargo del superior en las manos a grandes desaciertos y amargar la vida, de los que les rodean, obstinándose en sus ordenanzas, aunque no entiendan mucho ni tengan claros conceptos de lo que se trata. Tales coléricos obran a menudo según aquel famoso axioma: "Sic volo, sic jubeo; stat pro ratione voluntas". Así lo quiero, así lo ordeno; baste mi voluntad por razón.
2. Hay que inducir al colérico a que se deje educar voluntariamente, es decir, a que acepte voluntaria y alegremente todo lo que se le ordena para humillar su orgullo y refrenar su cólera. No se corregirá el colérico con un tratamiento duro y orgulloso, antes bien, se agriará y endurecerá más; en cambio, proponiéndole razones y motivos sobrenaturales se le podrá llevar fácilmente a lo bueno. En la educación del colérico no hay que dejarse llevar por la ira diciendo: "A ver si llego a romper la terquedad de este hombre". Al contrario, hay que quedarse tranquilo y esperar a que también se tranquilice el educando; luego, se le podrá hablar en estos términos: "Sea sensato y déjese conducir de manera que puedan subsanarse sus faltas y ennoblecerse lo bueno en usted".
También en la educación del niño colérico lo principal será el sugerirle buenos pensamientos, ponerle ante los ojos su buena voluntad, su pundonor, su repugnancia a lo bajo, insinuarle su felicidad temporal y eterna e inducirle a corregir bajo la dirección del educador, sus faltas y perfeccionar sus buenas cualidades, por iniciativa propia. No conviene agriar al niño colérico con castigos vergonzosos, sino más bien hay que persuadirlo de la necesidad y justos motivos del castigo impuesto.
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