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viernes, 11 de noviembre de 2011

CARTAS DEL HERMANO RAFAEL




Año 1933 (1)

19 de noviembre de 1933 - Domingo (22 años)

Al R.P. Dm. Félix Alonso García, Abad del monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia)

Reverendo Padre Abad de San Isidro de Dueñas.

Reverendo Padre: No sé si se acordará de mí, pues hace tiempo, cerca de tres años que no he podido ir a pasar días a la Trapa; sin embargo, durante este espacio de tiempo, Dios nuestro Señor, ha obrado en mí de tal manera, que me he formado el propósito decidido de entregarme a El con todo mi corazón y de cuerpo y alma, y para llevar a cabo mi propósito y resolución y, contando además con la ayuda de Dios, es mi deseo ingresar en la Orden del Cister. Este es, en breves palabras, mi reverendo Padre, el asunto por el cual yo le suplico una entrevista lo antes posible, para que su Reverencia me ayude y me aconseje.

Creo contar con Dios, y en El solamente confío, pero en mis primeros pasos, también confío en la caridad de su Reverencia, a quien trato ya como a padre y a quien suplico, me admita como hijo.

Estoy en Ávila con mis tíos, esperando su contestación con la natural ansiedad de quien quiere entregarlo todo a Dios.

Por otra parte, solamente tengo que añadir, que no me mueve para hacer este cambio de vida, ni tristezas, ni sufrimientos, ni desilusiones y desengaños del mundo... Lo que éste me puede dar, lo tengo todo. Dios en su infinita bondad, me ha regalado en la vida mucho más de lo que merezco... Por tanto, mi Reverendo Padre, si me recibe en la Comunidad, con sus hijos, tenga la seguridad de que recibe solamente un corazón muy alegre y con mucho amor a Dios.

En espera de su carta, humildemente le pide su bendición, su hijo en Jesús y María.

Rafael Arnáiz

S/C San Juan de la Cruz, 4 - Ávila




Contestación del P. Marcelo León Fernández, Maestro de Novicios, el día 21, a la carta de Rafael

Muy estimado en Cristo: El Rvdo. P. Abad de este Monasterio me entrega, para que le conteste, una carta suya del 19 del actual, en la cual pide ser admitido en esta su casa. El asunto es de la mayor trascendencia para Vd., en particular tratándose de una Orden como Vd. sabe, tan austera como la nuestra.

Para todas las Ordenes se necesita una verdadera vocación, pero en particular es necesaria para la Orden Cisterciense, cuyas características son la oración, el trabajo manual y el silencio. Y si ahora agregamos los gustos y costumbres que Vd. necesariamente ha de tener, viviendo en el ambiente del siglo, siquiera sea en medio de una familia modelo de familias cristianas, la dificultad sube de punto.

No intento con esto disuadirle de su vocación, sino orientarlo bien, a fin de que su resolución sea bien madura, y venga a crucificar su carne con todos sus apetitos e inclinaciones. Si es voluntad de Dios, de El ha de esperar todos los auxilios necesarios, y Vd. deberá aportar su buena voluntad. Por nuestra parte, hemos de ayudarle cuanto nos sea posible, y pondremos en ello todo interés.

Me parece oportuno su conferencia con nosotros para tratar este asunto, y aquí estamos a su disposición; pero no quiero dejar de advertirle que en la hospedería no tenemos calefacción, y por tanto, que ha de pasar frío, si quiere venir enseguida. Pero Vd. manda, y Vd. ha de señalar el día de su venida y la hora, para estar sobre aviso...

Podría celebrarse su conferencia por escrito a fin de enterarle a fondo de nuestro método de vida, pero hay muchos detalles que es preferible entren por los ojos y con un detenido examen.

Con este motivo me es grato saludar a Vd. y ponerme incondicionalmente a sus órdenes, quedando affmo. en Cristo y s.s. y capellán que se encomienda a sus oraciones

Fray María Marcelo León.



A consecuencia de la invitación que se le hace, Rafael fue a la Trapa para hablar con el P. Marcelo el 24 de noviembre de 1933, es decir, uno o dos días después de recibir la carta. Pasó allí la noche y tras las oportunas entrevistas con los responsables del monasterio, quedó admitido como novicio.




En el libro que escribió el Duque de Maqueda (Tío Polín) tras la muerte de Rafael "Un secreto de la Trapa", cuenta lo siguiente:

Era el mes de noviembre de 1933.

Acostumbraba en aquella época Rafael, a visitarnos cada final de semana; cursaba su segundo año de arquitectura y por hallarse la Escuela de Arquitectura en Madrid, allí residía en una pensión de la Gran Vía. No hacía aún tres días nos había hecho su visita acostumbrada, cuando una tarde me sorprendió alegremente con su presencia; no esperaba yo verle tan pronto aquella vez.

Como se comprenderá era siempre para mí motivo de la mayor satisfacción recibirle en mi casa, pues su alegre carácter, su fácil adaptación a cada sitio y circunstancia, su trato sencillo sin exigencia alguna, aparte, claro es, de motivos más poderosos, le hacían huésped ideal en todas partes. Nada le pregunté sobre los motivos de su imprevista visita, creyendo obedecía a alguna de las muchas vacaciones, de las que por aquella época les daban o se tomaban los estudiantes en todas las capitales. Ello es, que una vez en casa y después de cenar alegremente nos dispusimos a escuchar un gran concierto por la radio.

Tenía especial afición por la música, pero por la buena música; el escucharla disponía su ánimo de un modo particular a toda clase de elevados y nobles sentimientos. En muchas ocasiones le sorprendí ensimismado y como abstraído de cuanto le rodeaba, hasta el punto de verdadera emoción. Es indudable que su pensamiento se remontaba entonces a regiones de infinito, en las que su alma volaba libre de los lazos que la aprisionaban. De las sensaciones que el arte procura, quizá ninguna otra le cautivaba como la de la música. Toda clase de manifestaciones artísticas hallaban eco en su espíritu de refinada delicadeza. Pero de este aspecto particular de su temperamento, ya se habla en otro sitio. Por el momento basta a mi propósito dejar aquí señalada esta tendencia de su alma, que no impedía, sin embargo, el que cierta música ligera y alegre le distrajera. Cuántas veces en la intimidad, bailaba regocijadamente y como para divertir a los demás, imitando fina y graciosamente aires y ritmos populares y exóticos!...

Pero volviendo a mi historia, contrariamente a lo que yo pensaba, Rafael aquella noche no quería oír música; algo muy profundo y trascendental traía en su espíritu, que trataba él de ocultar, tras de un exterior risueño y alegre como de costumbre.

Luego de cenar, saboreando unas copas de licor se hizo un prolongado silencio. Rafael no hablaba y al muy poco rato quedamos solos frente a frente sin nada que distrajera ni turbara el solemne momento, me dijo sin más preámbulos:

-Te extrañará haya venido hoy, ¿verdad?

-Algo -le respondí- no te esperaba; ¿os han dado las vacaciones de Navidad? -le pregunté.

-No; aún no nos las han dado, pero yo me las he tomado, para no volver más a Madrid.

Rápidamente me hice cargo de su revelación, adiviné lo que iba a decirme y con la mayor emoción le pregunté:

-¿Qué quieres decir? ¿Qué te ha pasado?

-Pues sencillamente que me marcho a la Trapa de Venta de Baños; si me admiten en el Monasterio allí me quedo; tengo el propósito de irme desde aquí directamente; mi equipaje de Madrid ya habrá quien lo recoja...

Atajé sus palabras con una exclamación, que aún cuando no me servía de gran sorpresa, aquella revelación suya, medía en cierto modo su importancia y saboreaba hondamente la solemnidad y grandeza del momento.

Debo confesar que la pena de separarme de su compañía para siempre se unió al gozo que experimentaba, contemplando aquella espléndida floración de amor divino, que hacía tiempo sospechaba yo fundadamente, se hallaba contenida en su alma y como a presión; ser el primero, después de Dios, a quien participara él, su gran secreto, me enorgullecía no sé por qué.

La previsión humana alcanza muy cortos límites; podemos presumir ciertos acontecimientos, pero a lo que nunca llegaremos es a figurarnos el estado de ánimo a que pueden conducirnos; es punto menos que imposible vislumbrar, el alcance que a veces, sucesos al parecer triviales, llegan a tener para nosotros; del mismo modo pueden no impresionarnos en la medida que esperamos hechos trascendentales de nuestra vida. Así me ocurrió que, aunque rápidamente me hice cargo del volumen o importancia de aquella confesión de Rafael, en aquel instante no vibró mi espíritu con la intensidad que era de esperar.

La gravísima situación de la política española en aquella época era un tema que a todos nos preocupaba hondamente. Los que teníamos hijos que vigilar y educar experimentábamos las más grandes de las inquietudes al observar el rumbo de los acontecimientos; como españoles presagiábamos todos una situación próxima violenta; esas generales preocupaciones unidas a otras de carácter particular, quizá fueran la causa de aquel estado de ánimo en aquella noche inolvidable. Lo cierto es que ante la súbita revelación de Rafael, no se me ocurrieron otras palabras, que decirle, que esas banales y comunes en tales casos. Que suponía que lo habría pensado mucho; a esto recuerdo me contestó que hacía dos años que venia madurando el proyecto. Le hice ver lo inestable de la situación política de España; la probabilidad de una disolución o expulsión de todas las Órdenes Religiosas; la diferencia tan enorme de su vida y naturaleza, de lo que en la Trapa iba a encontrar; el falso espejismo que podría resultar en una piedad fervorosa como la suya, que le hiciese ver como vocación o llamada especial de Dios, lo que no era sino atractivos que en el comienzo de una vida de virtud como la suya, suelen experimentarse... En fin, todas esas reflexiones que harto sabia yo, conociéndole, sobradamente se habría hecho él muchas veces.

Era débil físicamente, pero la fortaleza que a su cuerpo faltaba, tenía en su alma medida completa y rebosante. Mientras le hablaba, recuerdo bien, lo inútiles que me parecían mis propias palabras. Su voluntad era de acero; tenía yo firme convencimiento de que aquella determinación era de Dios; no era un capricho, no una impresión, ni un desengaño; era el fruto divino de una correspondencia a la gracia, que el Espíritu Santo se dignaba sostener, con uno de sus más preciados dones: el de la fortaleza.

Al llegar a este punto, debo hacer notar una de las características de Rafael: la sencillez. Siempre le conocí enemigo de las situaciones estudiadas, de las frases previstas, de los ademanes ad hoc; y como en la escena que os he referido era el espíritu de Dios quien guiaba sus palabras, acciones y pensamientos1 por fuerza y en consecuencia lógica, fue tan sencilla, ya que nada más sencillo y simple que Dios mismo, puesto que es Uno. Trataba él de encubrir la magnanimidad y grandeza de su resolución con la naturalidad y simplicidad del que proyecta una cosa trivial; pero harto profundizaba yo en su espíritu, para saber que en él se estaba librando el más duro combate que en el corazón humano pueda caber, como más adelante se verá.

Nos despedimos muy brevemente; hice que se retirase a su cuarto, entrada ya la madrugada; claro es que ni él ni yo dormimos aquella noche. Con la soledad y las tinieblas se me aumentaban las proporciones del acontecimiento. Pero ¿cómo será posible, pensaba yo, que este chico habituado a llevar una vida de tanto esmero y cuidado, pueda soportar la austerísima existencia en una Trapa? El habla, fuma, se divierte y vive como tantos otros muchachos de su edad y circunstancias... ¿Enfermará en un cambio tan radical, tan repentino y absoluto? Además se ven tantos casos de ilusiones que con las apariencias del fervor puedan parecer vocación... Estos y muchísimos otros pensamientos desfilaban en mi imaginación, sin tener en cuenta la más importante y fundamental de las reflexiones y de que nos habla San Pablo: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta".

El día siguiente se nos fue en proyectar, pensar y madurar un plan, que para realizar sus deseos fuera el más oportuno y más dentro de la consideración y cariño que a sus padres debía. Ardiendo en ansias de renunciación inmediata, quería no despedirse de ellos ni de nadie; al mismo tiempo temía su propio corazón; quería irse directamente desde Ávila al Monasterio y de allí, ya no moverse por ningún género de consideraciones.

Le aconsejaba yo, sin embargo, aunque compadeciéndolo con toda mi alma, por el calvario que pudiera significarle, que marchase primero a Oviedo, en donde se hallaban sus padres; que una vez allí les diera parte de su resolución y luego, seguro como ya estaba de cómo pensaban, marcharse en seguimiento de la llamada de Dios, con el beneplácito y bendición de ellos. Esto me pareció la mayor caridad y perfección; pero insistiendo él en su primera idea, le propuse que dirimiera la contienda el señor Nuncio de Su Santidad, a quien yo conocía mucho y que por aquel entonces se hallaba veraneando en Ávila.

Accedió al fin a mi proposición, y una tarde, ya anochecido, nos presentamos a Monseñor. Nos recibió éste con la paternal bondad que le caracterizaba y después de oírnos a uno y otro y de alabar a Dios que se dignaba acordarse de su siervo, intensamente emocionado le dijo:

- "Creo debe usted ir a despedirse de sus padres y recibir su bendición, que por mi parte, aquí me tendrá usted siempre, para todo cuanto pueda ocurrirle en el nuevo camino que emprende; en garantía de ello, voy a anticiparme a sus padres de la tierra y bendecirle con todo el afecto que merece su generosa decisión".

Nos arrodillamos; estábamos los tres solos y Dios, que debía contemplar satisfecho la profunda emoción de la escena.

Le dio la bendición el señor Nuncio, y ya de pie, le atrajo a sí, abrazándole con el cariño que pudiera hacerlo un padre según la sangre. Yo sé que después Monseñor, hablando en algunas ocasiones de tal visita, se conmovía y el recuerdo de Rafael permaneció muy grabado en su espíritu.

De grandísima consolación sirvió al futuro trapense el acto de aquella tarde; yo no cesaba de admirar esta obra de Dios, que de modo tan eficaz actuaba en su alma. Recuerdo el silencio preñado de emociones, que al bajar la escalera de casa de Monseñor, observábamos los dos. Pero aquella fortaleza invencible venía a ser estimulo para el combate; una arenga que enfervorizaba la natural flaqueza humana.

Iba a comenzar para Rafael la gran prueba. De ella le habló Monseñor Tedeschini en su visita; pero contaba con un aliado de formidable poder y a quien con la mayor frecuencia acudía: la Santísima Virgen. Había resuelto ya su marcha a Oviedo, para desde allí ir a la Trapa de Venta de Baños. Fijó la fecha del día siguiente por ser la más próxima y así abreviar la amargura de la separación de nosotros, que harto sabia él, le queríamos y mimábamos como un hijo más e hijo de predilección. Yo en el fondo me alegré de su determinación, pues también sufría mucho.

Desde la entrevista con Monseñor, había experimentado Rafael una sensible evolución; sólo habían pasado tres días durante los cuales, andaba como soñando. Ni que decir tiene que el tema de nuestras conversaciones era invariablemente la Trapa. Yo le describía la perfección de aquella vida en el Monasterio; de la sublimidad de la renuncia a cuanto el mundo ofrecía de amable, y era tal la elevación de su alma, por aquellos días, que recuerdo en una ocasión, contemplábamos entusiasmados el admirable y austero panorama que ofrecían las montañas de la Sierra Paramera, vistas desde el paseo del Rastro de Ávila. Se hallaban totalmente cubiertas de nieve y como centelleantes por los reflejos de un sol poniente que las iluminaba. Rompí de pronto el silencio, embargado por el sortilegio de la hora y el ambiente, con estas palabras del Salmo:

- "Qué magníficas son tus obras, Señor". A lo cual Rafael, como saliendo de sí mismo, me respondió:

- Sí tío; pero no son Dios mismo.

Dejo a vuestra consideración apreciar el valor de aquella respuesta, reveladora del estado de su alma. Cuanto le rodeaba parecía no vivirlo; la abstracción de todo lo material le tenía como fuera de sí; indudablemente, le era necesaria esta preparación espiritual para afrontar la terrible tempestad que iba cerniéndose sobre él. De un modo manifiesto está comprobado que el Señor nos provee de las armas proporcionadas a la violencia de la lucha.

La última noche que pasó en casa Rafael, por entonces, fue de extremo sufrimiento. A la mañana siguiente debía marchar para Oviedo.

A hora ya muy avanzada, me encuentro yo absolutamente desvelado. Me levanté, y con el mayor sigilo, me acerqué a la puerta de su habitación, pues había visto luz. Le hallé de rodillas ante una capillita de la Virgen Santísima, que periódicamente nos traían en visita domiciliaria. En seguida se dio cuenta de mí presencia, se levantó, vino a mí echándose en mis brazos y lloró con el desconsuelo más amargo que puede pensarse. Poco duró aquella terrible y violenta crisis, que demostraba la agonía de su alma. Fue la primera y última vez que le vi llorar en aquel estado. Podéis imaginar qué esfuerzos haría yo para procurar serenarle y consolarle. A mi vez tampoco andaba muy sobrado de las energías que me hubieran sido menester. Volvimos a separarnos, yéndose cada cual a nuestras habitaciones.

Llegó por fin la mañana decisiva; yo no me encontraba bien de salud y me quedé en la cama. A despedirse de mí vino, en llegando el último momento. No medió ni una palabra entre los dos. Recuerdo que suavemente se inclinó sobre mí, me tomó las manos y me las besó...

Al instante desapareció de mi vista, y con él, una de las épocas de mi vida de más dulces recuerdos. Para Rafael comenzaba su Getsemaní...

(Un secreto de la Trapa; págs. 29-35).



(1) Durante los años 1931 y 1932, Rafael estuvo en Madrid estudiando Arquitectura. Mantuvo contacto frecuente con sus tíos, que vivían en Ávila, muy cerca de Madrid, por lo que los visitaba con cierta regularidad. Desde la casa de sus tíos escribe la carta que se transcribe a continuación.

Visto en: santoabandono.com 

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