San Salvador, 18 de Junio de 1882
LOS
JUDÍOS
***
Uno
de los más espléndidos y brillantes testimonios que confirman la divina
institución del cristianismo, y la verdad incomparable de la religión católica,
es la suerte del pueblo judío, hoy disperso por todo el mundo, sin patria, sin sacerdocio,
sin templo y sin hogar. Esta condición desastrosa del pueblo de Dios, es un
milagro vivo y patente á las miradas de todos, y una prueba incontrastable y
auténtica del exacto cumplimiento de antiguas y solemnes profecías.
El
profeta Oseas había dicho: “Los hijos de
Israel pasarán muchos días sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin altar,
sin efód y sin térafin”. No puede señalarse mejor, y en términos más claros
y precisos, la suerte despreciable de los judíos, dispersos en todos los puntos
de la tierra, y víctimas lastimosas del ultraje universal de las naciones.
Santo Rey David |
Sin príncipe ni rey.
–Mil veces han intentado los judíos constituirse en república libre é
independiente, uniéndose con fervoroso entusiasmo al primer aventurero, que ha
lisonjeado su patriótica ambición; pero también otras tantas sus esfuerzos han
sido inútiles y vanos, y sin cambiar en lo más mínimo su suerte, se han hecho
víctimas de una esclavitud más depresiva y humillante. Ha quedado siempre como
antes, y después de repetidas y sangrientas tentativas, la raza proscrita,
errante y reprobada, que lleva sobre su rostro el sello de la maldición divina
y de su pasada grandeza. Ellos dijeron con valioso desdén y satánico desprecio
ante el gobernador Pilatos: “No tenemos
otro rey sino el César”; y es en efecto el César, esto es, el poder
político, quien, así en los tiempos de Roma como en la larga serie de los
siglos, los ha abandonado siempre á los furores populares, excitados por las
preocupaciones, ó levantados por los crímenes.
Sin sacrificio y sin
altar. –Un solo lugar había en el mundo, donde podía
ofrecerse á Dios el sacrificio de olor de suavidad, y este lugar era el templo
de Jerusalén; pero el templo ya no existe! Los públicos regocijos de la fiesta
de los Tabernáculos, los ritos misteriosos de la Pascua, las augustas pompas de
la Pentecostés, ¡han cesado ya! ¿Quién podría inmolar las víctimas de Israel, y
presentar sus sacrificios al Señor? Este ministerio correspondía á los
sacerdotes, y los sacerdotes de Israel ¡han desaparecido! Los sacerdotes de
Israel debían ser tomados de la tribu de Leví, ¡y la tribu de Leví se ha
confundido entre otras! El rabino ha sucedido al Pontífice; pero el rabino es
un simple doctor, un mero intérprete de la ley y de los profetas, de los ritos
y de las ceremonias, sin unción santa, sin carácter sagrado, sin misión divina.
Sin efód. –El efód es la insignia de la autoridad sacerdotal, y el sacerdocio judaico ha quedado para siempre sepultado entre los escombros del templo y entre las ruinas del altar, ó sofocado del templo y entre las ruinas del altar, ó sofocado por las nubes de humo de los sacrificios reprobados. Hasta los tiempos de Teodosio el joven, los judíos, aunque dispersos, conservan todavía alguna sombra de su antiguo pontificado en lo que ellos llamaban su patriarca; pero aquel emperador mandó suprimir la dignidad del Patriarcado, y desde entonces ha desaparecido por completo hasta la sombra efímera de su sagrada jerarquía.
Sin térafin. –El térafin era la insignia del don de profecías unido al ejercicio del sumo sacerdocio. El Arca Santa, de donde salían los divinos oráculos, fue consumida por el incendio del templo: el Sancta Sanctorum, de donde aquellos se pronunciaban, desapareció también entre sus llamas. ¡Dios quedó mudo para su pueblo! Y este pueblo, antes tan favorecido del cielo, quedó sin un pastor que le dirija, sin un Señor que le ilumine, ¡sin una mano bienhechora que le levante el velo que cubre á sus carnales ojos las profecías y misterios! (Nota de Blog: aquí existe un error por parte de quien hizo la publicación en ese entonces, es respecto al Arca Santa: Jeremías escondió el Arca, el Tabernáculo y el Altar de los inciensos; no se incendió)
¡Cosa
verdaderamente extraña! Los judíos son los reyes de la tierra por las enormes
riquezas que acumulan, por la grande extensión de su comercio que abraza el
mundo entero, por el inmenso poderío que ejercen con la prensa periódica, y por
la soberana influencia que tienen en todas las naciones; y sin embargo, ¡son el
objeto de un odio execrable y de un desprecio universal!
El
mismo Mr. Renan, uno de los mayores enemigos personales de Jesucristo, y uno
también de los que, con más empeño, han procurado nulificar el cumplimiento de
las divinas profecías, se ha hecho el eco de ese grito general, con que se
propaga un espectáculo tan deplorable como extraño. “Insociable, dice, extranjero
en todas partes, sin patria, sin otro interés que el de un verdadero azote para
el país adonde la suerte le ha arrojado.”
Michelet
ha tratado al pueblo judío todavía con mayor dureza. “El judío, dice, es un hombre
inmundo, que no puede tocar una mercancía ó una mujer sin quemar; es el hombre
de ultraje, sobre el cual todos tienen derecho de escupir.”
“Marcha, marcha, dice
otro célebre escritor apostrofando al pueblo judío; marcha, alma errante, judío
errante, siempre inquieto, siempre agitado, siempre abofeteado, siempre
inmutable en medio de tus cambios. ¡Toda nación te es extraña; toda nación te
conoce, y tú las conoces á todas! Pero tu corazón de piedra no se une á ningún
hombre, y ninguno tampoco se une á ti. ¿Te faltará una señal parecida á la que
marcó á Caín? Tú eres un pueblo maldito… ¡sí, maldito de Dios!”
No
puede darse una profecía mejor cumplida, que las que se refieren á la maldición
de los judíos, y á su dispersión por todos los países del globo, sin que jamás
puedan llegar á formar un solo cuerpo de nación, á pesar de sus frustradas
tentativas, y de otras muchas que harán en la sucesión de los tiempos
venideros. Entran, como parte de esas divinas maldiciones, la total ceguera de
su corazón, la cortedad de sus vistas, el desarrollo de su ambición
desmesurada, la terquedad de su carácter y de sus acciones; y todo con el
objeto de hacer brillar y resplandecer más el exacto cumplimiento de los
sagrados vaticinios.
Jeremías,
contemplando en profética visión las dolorosas angustias y los crueles
tormentos del pueblo querido de Dios, en medio de las grandes calamidades de su
funesta reprobación, no podía menos que exclamar con acento tierno y dolorido: “¿Por qué lloráis, al veros hechos pedazos
por los golpes? Vuestro dolor es incurable; es por la multitud de vuestros
pecados que yo os he tratado de esta suerte, dice el Señor.”
En
efecto, se advierte una tendencia extraordinaria en todos los judíos á querer
venir de todas partes del mundo á vivir y morir en Jerusalén. Muchos de los que
tienen comodidad y proporciones, disponen en su testamento al morir, ó mandan y
encargan a sus parientes y herederos, que á costa de cualquier gasto y
sacrificio hagan trasladar sus restos á la Palestina para sepultarlos junto á
las tumbas de sus antepasados. ¿No podrá
también considerarse esta universal aspiración del pueblo deicida, como una
consecuencia de la verdad encerrada en las apostólicas tradiciones, sobre que
el fin de los tiempos, los judíos llegarán á reconocer al divino Mesías, y
abrazar su santa religión?
Todos
los viernes del año, menos aquel que hace parte de la fiesta de los
tabernáculos, los más devotos judíos residentes en Jerusalén, se reúnen hacia
las tres y media ó cuatro de la tarde, junto al muro occidental de la Mezquita
de Omar, para llorar por sus pecados, y rogar á Dios que se digne poner fin á
los inmensos males que por todas partes y en todos sentidos les agobian, desde
hace mas de 19 siglos. Nada más triste y conmovedor, que su fúnebre canto
dialogado:
El
rabino. –“A causa del templo que ha sido
destruido, á causa de los muros que han sido abatidos, á casusa de nuestros
grandes hombres que han perecido.”
El
pueblo. –“Estamos sentados
solitariamente, y lloramos.”
El
rabino. –“Os suplicamos, Señor, que
tengáis piedad de nosotros.”
El
pueblo. –“Amen.”
La
opinión sobre la futura conversión de los judíos se apoya en este pasaje de
Isaías: “De Sion vendrá Aquél que
destruya y destierre la impiedad del pueblo de Jacob.”
Parece
todavía haber hablado con más claridad Ezequiel, cuando dijo: “Yo os retiraré de todos los pueblos… Os
llevaré á la tierra que he dado á vuestros padres… Seréis mi pueblo, y yo seré
vuestro Dios. Cuando os haya purificado de todas vuestras iniquidades, y haya
repoblado vuestras ciudades y restablecido los lugares arruinados… todo lo que
quede de los pueblos que os rodeen, reconocerá que yo soy el Señor.”
El Apóstol San Pablo,
en su carta á los romanos, parece indicar, que al fin de los tiempos, los
judíos volverán al Mesías, largos siglos desconocido por ellos, y que entonces
doblarán la rodilla ante Él y le implorarán perdón.
Entonces,
la antigua y la nueva alianza, reconciliadas en una sola, se abrazarán, como
dos hermanas unidas con un solo lazo de amor, en el pecho adorable del divino
Salvador de los hombres.
Entre tanto, el pueblo
hebreo, depositario de las antiguas tradiciones y de los divinos oráculos,
derramado hoy y confundido en el seno de los pueblos cristianos, da por todas
partes un auténtico testimonio de la verdad de la religión católica,
y mostrando que se halla confirmada nuestra fe en sus libros sagrados de la ley
y los profetas, aliente nuestro espíritu para poder exclamar con entusiasmo:
¡Qué hermosos son tus tabernáculos, ó
Jacob, y tus tiendas, ó Israel!
Fuente: Archivo histórico de la Arquidiócesis de San Salvador.
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