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sábado, 1 de octubre de 2011

EL PADRE PÍO NOS HABLA DE....


LA ORACIÓN Y LA MEDITACIÓN



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Las gracias y los gozos de la oración no son aguas de la tierra, sino del cielo. Todos nuestros esfuerzos no son suficientes para hacerlas caer, pero es igualmente necesario prepararnos con la mayor diligencia, serena y humildemente. Hay que tener el corazón constantemente abierto en espera del rocío celestial. No olvides este consejo en la oración, pues te acercará a Dios y te ayudará a mantenerte en su presencia.
                Cuando os distraigáis en la oración, no aumentéis la distracción entreteniéndoos en averiguar el porqué y el cómo. Haced como el caminante extraviado, que, apenas se da cuenta de haberse equivocado de camino, inmediatamente busca el justo. Así vosotros, continuad vuestra oración sin entretenernos en las distracciones.
                Cuando notéis que aumenta el peso de la Cruz, insistid en la oración, para que Dios os consuele. Comportándoos de esa manera no obráis en absoluto contra la voluntad de Dios, sino que acompañáis, para obtener alivio, a su mismo Hijo, que también oró a su Padre en el Huerto.
                Si Dios no os alivia, estad preparados para someteros a Su Voluntad divina, lo mismo que Cristo.
                El sagrado don de la oración está en la mano derecha del Salvador. A medida que te vacíes de ti mismo, del aprecio a tu cuerpo y a tu voluntad, y te vayas radicando con la santa humildad, el Señor irá llenando tu corazón con el don de la oración.
                Las plegarias de los Santos en el Cielo y de los justos en la tierra, son cual perfume de duración eterna.
                “La oración debe ser insistente, pues la insistencia denota fe”.
                Reza. Espera. No te impacientes. La intranquilidad no te favorece en absoluto. Dios es misericordioso. Escuchará tu plegaria.
                “Toda oración es preciosa, si se hace con recta intención y buena voluntad”.
                “Hay que progresar, jamás retroceder en la vida espiritual. Si no, nos acaece como a la nave que, en vez de adelantar, se para. El viento se encargará de hacerla retroceder”.
                La oración es nuestra mejor arma. Es la llave del corazón de Dios.
                Tienes que hablarle a Jesús, también con los labios, pero sobre todo con el corazón. Más aún, hay momentos en que solamente tienes que hablarle con el corazón.


Ten paciencia y persevera en el santo ejercicio de la meditación. Conténtate de comenzarlo poco a poco hasta que tus piernas te consientan correr, mejor todavía, tus alas, volar. Date por satisfecho obedeciendo. Esto no es poco ni fácil para un alma consagrada a Dios.
                Conténtate, por ahora, de ser una abeja recién nacida.
                Pronto crecerás y serás abeja adulta y producirás miel. Cuando andes mal de tiempo, es mejor la meditación que la oración, pues es más fructuosa.
                Quien no medita, es como el que no se mira nunca al espejo. No le importa salir desaliñado, pues, aún sin saberlo, puede haberse ensuciado.
                El que medita, dirige sus pensamientos a Dios, espejo de su alma. Trata de conocer sus defectos. Hace lo posible por corregirlos. Frena sus impulsos. Ordena su conciencia.
                ¿Por qué os afligís si no llegáis a meditar tal y como quisierais?
                La meditación no es un medio para elevarse hacia Dios, sino un fin. Tiende a mar a Dios y al prójimo. Amad de Dios con toda vuestra alma y sin reservas.
                Amad al prójimo como a vosotros mismos y habréis conseguido el fin principal de la oración.
                Por favor os lo pido, no estropeéis la obra de Dios en vosotros. Cuando notéis que vuestra alma siente deseos irresistibles de contemplar a Dios o en Sí mismo, o en sus atributos, dadle libertad y no pretendáis ascender hasta Él con razonamientos y más razonamientos, primera parte de la meditación, antes bien procurad acceder afectivamente a Dios, segunda parte de la meditación, y, osaría decir, la definitiva.
                La primera parte os sirva para la segunda, pero cuando el buen Dios os sitúa ya en la segunda, no queráis retroceder, lo estropearías todo.
                “Es para conmoverse de agradecimiento ante el sublime misterio que atrae al Corazón de Jesús hacia su criatura. Se ha dignado encarnarse, vivir con nosotros nuestra mísera vida. Esforcémonos en considerar dignamente su tenaz entusiasmo y la dureza de su apostolado, en recordar lo horroroso de su Pasión, de su Martirio, en adorar su Sangre, realmente ofrecida, hasta la última gota, para redimir el género humano”.
                Aunque no logréis hacer una meditación perfecta, no desistáis por ello. Si las distracciones se multiplican, no os desaniméis. Ejercitaos en la paciencia, os enriquecéis lo mismo.
                Determinad cuánto durará la meditación y no capituléis antes de tiempo, incluso a costa de grandes sacrificios.
                En los libros se busca a Dios. En la meditación se le encuentra.

SAN PADRE PÍO. ¡RUEGA POR NOSOTROS!

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