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viernes, 16 de septiembre de 2011

LA MUJER EN LA IGLESIA PRIMITIVA II


LA MUJER EN LA IGLESIA
SEGUNDA PARTE


 EVA-MARÍA


En el mundo grecorromano hubo mujeres que realmente superaron sus propias condiciones de fragilidad y revistieron la vivencia de la “virtud”; pero no tenían una mujer ideal, un modelo para imitar y tomar como ejemplo. La imagen de Eva, como tentadora, pecaminosa, etc., era común en la literatura oriental; solo el mensaje cristiano revolucionó la concepción de la mujer pagana. Cristo habló con las mujeres y les permitió seguir junto con su Madre, la Virgen María. Los Padres de la Iglesia han hecho un paralelismo entre las dos mujeres, como dos personajes históricos, una del camino del mal y otra del bien. Eva, la mujer desobediente, atrajo la muerte, la rebeldía, etc. María, en cambio, la salvación, mediante su obediencia de fe a la voluntad divina. Es verdad que no hay que olvidar el contexto histórico y cultural de la época, que ha influido sobre el pensamiento de los Padres. Es un dato histórico que la mujer en el mundo griego, romano, judío y cristiano fue considerada inferior ante el hombre, por lo cual era reducida a los quehaceres domésticos, sin negar su dignidad como persona humana e igual ante Dios. La novedad evangélica implicó un cambio muy fuerte e importante con respecto a la mujer en los conceptos teológicos de la salvación.

La figura Eva-María presentaba dos polos entre los cuales se movía el discurso sobre la mujer. Eva, la imagen de la mujer colocada en un plano de inferioridad, de sometimiento, de fragilidad, despreciada, causa de todo mal del hombre. María, en cambio, imagen del Evangelio con la que cada mujer era llamada a identificarse, acercándose a la vida oculta y religiosa. La Sagrada Escritura presenta a la mujer no tanto en el plano sociocultural, sino en su aspecto interior y espiritual (1 Tm 2, 9-15, etc.).

La mujer cristiana no puede seguir viviendo como la pagana, su vida es distinta a la de la otra. La Madre de Dios es el modelo perfecto de santidad, como “virgen-madre”. Ella es la corona de fe en el camino hacia amor al Señor, pronuncia el “fiat” del misterio de la salvación del hombre. La Virgen María se convierte, de esta forma, en modelo de entrega amorosa a Dios y al prójimo, inmaculada pureza, el camino de la ascética, el sacrificio, obtiene la maternidad espiritual; es madre, es la atleta de Jesús. La mujer, débil por naturaleza, en María y mediante la práctica de las virtudes, consigue las fuerzas espirituales, comunes al hombre. Ella, con la inspiración del Espíritu Santo, con la colaboración de la gracia, es capaz de enfrentar sufrimientos, dolores, muerte, torturas, enfermedades, sin perder fuerza interior. Las mujeres mártires son ejemplos: revestidas de la fuerza sobrenatural, transforman su debilidad en fortaleza y con coraje enfrentan la muerte violenta.

El Señor sufrió el martirio de la cruz; también la mujer es capaz de sufrir y ofrecer su vida en sacrificio para salvar, recuperar el hermano perdido. Los Padres presentan a la mujer en una nueva dimensión espiritual. El martirio de la muerte violenta y el martirio cotidiano, del morir todos los días al pecado, a las pasiones, para resucitar con Cristo en una “nueva creatura” (1 Co 9, 24-27) y reclamado por los Padres, como madre, esposa, educadora de sus hijos y “madre-virgen” o en la vivencia comunitaria con otras mujeres por amor a Cristo.

San Gregorio de Nisa aplica estos conceptos a su hermana Macrina, que corrió hacia el premio eterno, serena aun en las desgracias humanas y capaz de animar a las demás en el dolor. Macrina, con su madre Emelia, están en una misma escuela de ascética; la primera es discípula de la madre en las cosas domesticas y maestra en las cosas espirituales, enseñándole a rezar, a meditar la divina Escritura. La casa se transforma en una escuela de trabajo, oración y meditación de la Biblia: la madre cuida el alma de su hija, y ésta del cuerpo de su madre.

Si la mujer fue la causa de la perdición del hombre, simbolizando la debilidad del hombre bíblico, es ahora la causa de su salvación (san Agustín, Comentario al Salmo 48, 1,6). Cada mujer lleva en sí, misteriosamente, la presencia de Eva y de la Virgen María y, según como ella viva su vida, reproduce con mas evidencia el misterio de una de las dos mujeres. Reproduce la vida de Eva o de la Madre de Dios. La primera, ligera, mundana, tentadora, destructora; la segunda, salvadora, guía, camino y fortaleza para el hombre. Las mujeres fueron las privilegiadas en la participación del misterio de la salvación, desde la anunciación hasta la resurrección, ascensión y venida del Espíritu Santo.

La mujer tiene la imagen ejemplar en la Virgen María para armarse de coraje, valentía, estoicismo cristiano que le permite superar el dolor… La Madre de Dios es “madre-virgen”, ejemplo para la mujer cristiana en la asidua oración, meditación de los textos sagrados, contemplación, castidad perfecta, pureza de corazón y mente. Es madre en cuanto pueda donarse, transmitir la riqueza espiritual, como maestra catequista; es virgen porque conserva en total pureza las verdades de Dios (San Jerónimo, Carta 107). Ella llega a la capacidad de ser directora y madre-guía de las demás hermanas que desean seguir su camino de perfección. Muchas mujeres han llegado al alto grado de perfección (Macrina, Olimpiade, Elena, Olga, Irene, Eufrasia, etc.).

Ellas son madres evangelizadoras en la familia y en la Iglesia. Podían imponer las manos sobre las cabezas de los enfermos e instruir a mujeres catecúmenas (Constitución Apostólica 2, 36).

La mujer en el cristianismo es revalorizada en las características femeninas. En el plano ético y moral, la mujer se eleva y supera aun la propia naturaleza y se compara al hombre. Ella, con su fuerza intelectual y con su voluntad, se vuelve imagen de la madre, dedicada a los hijos para la educación humana y cristiana. Tenía derecho a la participación, a la celebración de la Eucaristía con el “velo”, símbolo de su sacralidad, de escuchar y meditar la palabra de Dios en el templo y luego ser la evangelizadora en la casa, con su esposo, hijos y personal de servicio.


LA MUJER, EVANGELIZADORA EN LA FAMILIA

Los Padres, defendiendo la validez del sacramento del matrimonio cristiano en la Iglesia, como indisoluble hasta la muerte, han dejado una inmensa temática sobre las responsabilidades de los esposos en la educación de los hijos, en total igualdad. Los esposos asumen la mutua responsabilidad de fidelidad recíproca, la igualdad de la mujer en el campo civil y espiritual. El hombre es consejero espiritual de la esposa. La esposa es la maestra y la madre de los hijos. No es suficiente ser madre, generar hijos; es necesario, para ser madre, la educación de los mismos (san Juan Crisóstomo, Homilía sobre Tesalonicenses 5, 5). La esposa es, además, educadora de su esposo: “salvar el alma de aquel con quien se convive, aceptando las dificultades y problemas del esposo”; “la mujer virtuosa atrae al esposo a la realidad” (san Juan Crisóstomo). La mujer tiene que ser virtuosa, no fácil, licenciosa, amante de los vestidos y del maquillaje (ver Tertuliano, san Agustín, Clemente, Alejandrino, san Gregorio de Nisa, san Juan Crisóstomo, san Ambrosio).

Los Padres han tenido dos líneas hacia la mujer: un discurso para la casada, y otro para la virgen que se consagraba a Dios. La primera, fiel amiga y compañera del marido, educadora de los hijos y en plena vivencia de los consejos evangélicos para no caer en las tentaciones del mundo. Ella también tenía que cuidar a los enfermos, visitarlos, dar de comer a los pobres, peregrinos, visitar a las viudas, a los niños huérfanos; en una palabra, dedicarse a las obras de misericordia hacia el prójimo. Los Padres no dejaron de exhortar a los esposos a responsabilizarse por los hijos: “Los padres responderán ante Dios por los pecados de los hijos, porque son asesinos espirituales de sus propios hijos” (san Agustín, Cartas I, 98, 3). De los escritos patrísticos, surge el mensaje para la mujer en la familia. Ella, vistiéndose de las virtudes cristianas, despojándose primeramente de los vicios mundanos, recibía la misión de Dios en la educación de los hijos y aun del marido. La madre es el corazón de la familia, el sacerdote de la iglesia familiar.


Fuente: Luis Glinka, ofm. "Volver a las fuentes. Introducción al pensamiento de los Padres de la Iglesia". LUMEN 1era Edición. 2008.

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