LA MUJER EN LA IGLESIA
SEGUNDA PARTE
EVA-MARÍA
En el mundo grecorromano hubo
mujeres que realmente superaron sus propias condiciones de fragilidad y
revistieron la vivencia de la “virtud”; pero no tenían una mujer ideal, un
modelo para imitar y tomar como ejemplo. La imagen de Eva, como tentadora,
pecaminosa, etc., era común en la literatura oriental; solo el mensaje
cristiano revolucionó la concepción de la mujer pagana. Cristo habló con las
mujeres y les permitió seguir junto con su Madre, la Virgen María. Los Padres
de la Iglesia han hecho un paralelismo entre las dos mujeres, como dos
personajes históricos, una del camino del mal y otra del bien. Eva, la mujer
desobediente, atrajo la muerte, la rebeldía, etc. María, en cambio, la
salvación, mediante su obediencia de fe a la voluntad divina. Es verdad que no
hay que olvidar el contexto histórico y cultural de la época, que ha influido
sobre el pensamiento de los Padres. Es un dato histórico que la mujer en el
mundo griego, romano, judío y cristiano fue considerada inferior ante el
hombre, por lo cual era reducida a los quehaceres domésticos, sin negar su
dignidad como persona humana e igual ante Dios. La novedad evangélica implicó
un cambio muy fuerte e importante con respecto a la mujer en los conceptos teológicos
de la salvación.
La figura Eva-María presentaba
dos polos entre los cuales se movía el discurso sobre la mujer. Eva, la imagen
de la mujer colocada en un plano de inferioridad, de sometimiento, de
fragilidad, despreciada, causa de todo mal del hombre. María, en cambio, imagen
del Evangelio con la que cada mujer era llamada a identificarse, acercándose a
la vida oculta y religiosa. La Sagrada Escritura presenta a la mujer no tanto
en el plano sociocultural, sino en su aspecto interior y espiritual (1 Tm 2,
9-15, etc.).
La mujer cristiana no puede
seguir viviendo como la pagana, su vida es distinta a la de la otra. La Madre
de Dios es el modelo perfecto de santidad, como “virgen-madre”. Ella es la corona de fe en el camino hacia amor al
Señor, pronuncia el “fiat” del misterio de la salvación del hombre. La Virgen María
se convierte, de esta forma, en modelo de entrega amorosa a Dios y al prójimo,
inmaculada pureza, el camino de la ascética, el sacrificio, obtiene la
maternidad espiritual; es madre, es la atleta de Jesús. La mujer, débil por
naturaleza, en María y mediante la práctica de las virtudes, consigue las
fuerzas espirituales, comunes al hombre. Ella, con la inspiración del Espíritu
Santo, con la colaboración de la gracia, es capaz de enfrentar sufrimientos,
dolores, muerte, torturas, enfermedades, sin perder fuerza interior. Las
mujeres mártires son ejemplos: revestidas de la fuerza sobrenatural,
transforman su debilidad en fortaleza y con coraje enfrentan la muerte
violenta.
El Señor sufrió el martirio de la
cruz; también la mujer es capaz de sufrir y ofrecer su vida en sacrificio para
salvar, recuperar el hermano perdido. Los Padres presentan a la mujer en una
nueva dimensión espiritual. El martirio de la muerte violenta y el martirio
cotidiano, del morir todos los días al pecado, a las pasiones, para resucitar
con Cristo en una “nueva creatura” (1
Co 9, 24-27) y reclamado por los Padres, como madre, esposa, educadora de sus
hijos y “madre-virgen” o en la
vivencia comunitaria con otras mujeres por amor a Cristo.
San Gregorio de Nisa aplica estos
conceptos a su hermana Macrina, que corrió hacia el premio eterno, serena aun
en las desgracias humanas y capaz de animar a las demás en el dolor. Macrina,
con su madre Emelia, están en una misma escuela de ascética; la primera es discípula
de la madre en las cosas domesticas y maestra en las cosas espirituales,
enseñándole a rezar, a meditar la divina Escritura. La casa se transforma en
una escuela de trabajo, oración y meditación de la Biblia: la madre cuida el
alma de su hija, y ésta del cuerpo de su madre.
Si la mujer fue la causa de la
perdición del hombre, simbolizando la debilidad del hombre bíblico, es ahora la
causa de su salvación (san Agustín, Comentario al Salmo 48, 1,6). Cada mujer
lleva en sí, misteriosamente, la presencia de Eva y de la Virgen María y, según
como ella viva su vida, reproduce con mas evidencia el misterio de una de las
dos mujeres. Reproduce la vida de Eva o de la Madre de Dios. La primera,
ligera, mundana, tentadora, destructora; la segunda, salvadora, guía, camino y
fortaleza para el hombre. Las mujeres fueron las privilegiadas en la
participación del misterio de la salvación, desde la anunciación hasta la
resurrección, ascensión y venida del Espíritu Santo.
La mujer tiene la imagen ejemplar
en la Virgen María para armarse de coraje, valentía, estoicismo cristiano que
le permite superar el dolor… La Madre de Dios es “madre-virgen”, ejemplo para la mujer cristiana en la asidua
oración, meditación de los textos sagrados, contemplación, castidad perfecta,
pureza de corazón y mente. Es madre en cuanto pueda donarse, transmitir la
riqueza espiritual, como maestra catequista; es virgen porque conserva en total
pureza las verdades de Dios (San Jerónimo, Carta 107). Ella llega a la
capacidad de ser directora y madre-guía de las demás hermanas que desean seguir
su camino de perfección. Muchas mujeres han llegado al alto grado de perfección
(Macrina, Olimpiade, Elena, Olga, Irene, Eufrasia, etc.).
Ellas son madres evangelizadoras
en la familia y en la Iglesia. Podían imponer las manos sobre las cabezas de
los enfermos e instruir a mujeres catecúmenas (Constitución Apostólica 2, 36).
La mujer en el cristianismo es
revalorizada en las características femeninas. En el plano ético y moral, la
mujer se eleva y supera aun la propia naturaleza y se compara al hombre. Ella,
con su fuerza intelectual y con su voluntad, se vuelve imagen de la madre,
dedicada a los hijos para la educación humana y cristiana. Tenía derecho a la
participación, a la celebración de la Eucaristía con el “velo”, símbolo de su
sacralidad, de escuchar y meditar la palabra de Dios en el templo y luego ser
la evangelizadora en la casa, con su esposo, hijos y personal de servicio.
LA MUJER, EVANGELIZADORA EN LA FAMILIA
Los Padres, defendiendo la
validez del sacramento del matrimonio cristiano en la Iglesia, como indisoluble
hasta la muerte, han dejado una inmensa temática sobre las responsabilidades de
los esposos en la educación de los hijos, en total igualdad. Los esposos asumen
la mutua responsabilidad de fidelidad recíproca, la igualdad de la mujer en el
campo civil y espiritual. El hombre es consejero espiritual de la esposa. La
esposa es la maestra y la madre de los hijos. No es suficiente ser madre,
generar hijos; es necesario, para ser madre, la educación de los mismos (san
Juan Crisóstomo, Homilía sobre Tesalonicenses 5, 5). La esposa es, además,
educadora de su esposo: “salvar el alma
de aquel con quien se convive, aceptando las dificultades y problemas del
esposo”; “la mujer virtuosa atrae al
esposo a la realidad” (san Juan Crisóstomo). La mujer tiene que ser
virtuosa, no fácil, licenciosa, amante de los vestidos y del maquillaje (ver
Tertuliano, san Agustín, Clemente, Alejandrino, san Gregorio de Nisa, san Juan Crisóstomo,
san Ambrosio).
Los Padres han tenido dos líneas
hacia la mujer: un discurso para la casada, y otro para la virgen que se
consagraba a Dios. La primera, fiel amiga y compañera del marido, educadora de
los hijos y en plena vivencia de los consejos evangélicos para no caer en las
tentaciones del mundo. Ella también tenía que cuidar a los enfermos,
visitarlos, dar de comer a los pobres, peregrinos, visitar a las viudas, a los
niños huérfanos; en una palabra, dedicarse a las obras de misericordia hacia el
prójimo. Los Padres no dejaron de exhortar a los esposos a responsabilizarse
por los hijos: “Los padres responderán
ante Dios por los pecados de los hijos, porque son asesinos espirituales de sus
propios hijos” (san Agustín, Cartas I, 98, 3). De los escritos patrísticos,
surge el mensaje para la mujer en la familia. Ella, vistiéndose de las virtudes
cristianas, despojándose primeramente de los vicios mundanos, recibía la misión
de Dios en la educación de los hijos y aun del marido. La madre es el corazón
de la familia, el sacerdote de la iglesia familiar.
Fuente: Luis Glinka, ofm. "Volver a las fuentes. Introducción al pensamiento de los Padres de la Iglesia". LUMEN 1era Edición. 2008.
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