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domingo, 6 de noviembre de 2011

LA HUMILDAD, REINA DE VIRTUDES

FORMACIÓN EN LA HUMILDAD
Y MEDIANTE ELLA EN LAS DEMÁS VIRTUDES

  

POR EL CANÓNIGO BEAUDENOM
AUTOR DE LA
“PRACTICA PROGRESIVA DE LA CONFESÓN Y DE LA DIRECCIÓN”
Cuarta Edición
EUGENIO SUBIRANA, S. A. Editorial Pontificia -1933




¡La humildad! Toda la tradición  cristiana le dirige loores a porfía, todas las almas piadosas  la desean entrañablemente; Jesús la elevó a la altura de la Redención asociándola al sufrimiento,  ¿y  no la mantiene aún como aureola en torno de su Eucaristía? Donde no está ella, no hay virtud. Dios no viene sino a ocupar el espacio que ella le hace.

Pero tantas alabanzas ¿traen consigo la luz? Estas admiraciones ¿producen en nosotros plena convicción? ¡Cuánta vaguedad en los pensamientos y en las conciencias, que insuficiencia por todas partes! Pero, si la misma  naturaleza de la humildad es tan poco  conocida, lo es menos aún su esfera de influencia.

Las meditaciones largamente pensadas de este libro se ordenan a los espíritus serios que anhelan comprender y a las almas piadosas que quieren adelantar.

Las grandes cosas siempre se rescatan en lo profundo: los metales ricos  yacen en las entrañas de la tierra; prodigiosas fuerzas parecen dormir en la materia no turbada y apacible; maravillosos mecanismos tienen su juego en los movimientos del mundo sideral, y se columbran en el seno del ser viviente secretos tan profundos que nada puede explicarlos. Mirad, y mirad bien; en el fondo de la humildad reina una especie de infinito; estamos en pleno sobrenatural.

La virtud, tomada en conjunto es una vida; cada virtud particular es uno de sus órganos. Todas tienen sus bellezas, sin duda, pero también se atavían con la belleza de sus hermanas por la unidad de vida y por la ley de comunicación. Algunas, sin embargo, la participan de una manera  más inmediata, más amplia, más continua, más indispensable;  la vida, la misma vida, se mueve en cada parte del conjunto, pero no se extiende o no brilla en todas en la misma proporción. Vamos a estudiar  la porción que el corresponde a la humildad; tal vez descubramos en ella una humildad que nos era desconocida.

Para avanzar con paso seguro, conviene proceder con aplomo y método; antes de tocar las cimas, habremos de atravesar ciertas regiones ingratas y escalar pendientes escabrosas y difíciles. Para que sea menos penoso el camino, lo recorreremos con ayuda de medios variados; estudio que abre perspectivas generales; observaciones más ceñidas que aclaran un punto nebuloso; reflexiones piadosas que ponen  de relieve los resultados de un descubrimiento; y sobre todo, meditaciones profundas que sumergen el alma en la atmosfera de la verdad bajo el sol esplendoroso de la gracia divina.

Que ninguna persona de buena voluntad se amilane ante verdades tan altas, juzgándose incapaz de llegar a ellas; que ponga su confianza en los auxilios del cielo. La ciencia humana no se entrega sino a sus cultivadores, pero la ciencia de Dios se prodiga a los pequeños y humildes: éstos no siempre tienen necesidad de razonamientos prolijos. Por tanto, si alguna parte de este libro queda obscura para ellos, no se apesadumbren  ni desconfíen: la claridad les espera tal vez en un recodo del sendero, bajo una formula más sencilla, pero destilando verdad. A veces un pormenor sin importancia será para tal espíritu una completa revelación.



& I.-    Humildad, virtud singular




I.  EL ORGULLO  NO ES MÁS QUE UNA DESVIACIÓN  DE DOS TENDENCIAS LEGÍTIMAS.


Sentimiento de superioridad, anhelo de preeminencia,  ¿es el orgullo un recuerdo de nuestra grandeza original? Su mal consistiría entonces en estar  fuera de su sitio. Rey destronado por culpa suya y orgulloso todavía entre sus harapos, “dios caído que siente  la nostalgia del cielo”, tal  nos aparecería el hombre en su tendencia al orgullo. O, tal vez, la soberbia, desorden y vicio, lejos de ser el recuerdo de una corona perdida,  ¿es el estigma de una rebelión fracasada? “Eriits sicut dii”. Entonces la tentación habría pasado a la corriente de la sangre para conturbarla. Este doble origen explicaría lo que presenta el orgullo de grandeza y de miseria al mismo tiempo.

De hecho, no sería desacertado mirar este defecto como una desviación  de sentimientos útiles depositados por Dios en la naturaleza humana. Tales sentimientos se reducen, en último análisis, a estos dos: estima de sí mismo y deseo de la estimación de los demás. La propia estima  es base de la dignidad personal; el deseo de ser estimado es uno de los fundamentos de la sociabilidad.

Estas inclinaciones son tan profundas y espontáneas que aparecen amasadas con los instintos, y se asemejan al de conservación, pues tiene una función del mismo género: el instinto de la vida liga al hombre a una existencia ordinariamente miserable; el de la propia estima leliga a su personalidad, a pesar de su poco valor; el deseo de ser estimado  le liga al bien  público, no obstante la fragilidad de las ventajas que él proporciona.
Estas dos tendencias últimas están sujetas a desviaciones tan fáciles y naturales que se ve en ellas el sello de la caída original; por esto los moralistas las llaman frecuentemente vicio, sin distinción.

II.- LA HUMANIDAD ES LA VIRTUD ENCARGADA DE OPONERSE  A ESTAS DESVIACIONES.-


“Ella es la que afirma el espíritu y le impide elevarse de un modo contrario a la razón”[1](levantarse sobre, superbia); ella reconoce y conserva el orden en la estimación propia y en el deseo de la estimación ajena.

Es, por consiguiente, verdad y justicia. Es verdad, y por este título traza la regla de dirección. Es justicia y, en su virtud, inclina a obrar conforme a esta regla[2].

Como verdad, reside en la inteligencia; como justicia, reside en la voluntad. Pero estas dos facultades actúan la una sobre la otra, en forma que todo incremento de luz aumenta la fuerza de la inclinación y todo desarrollo a aprehender mejor los motivos y las reglas de la humildad.

Esta exposición se dirige, pues, a una y a otra de dichas facultades para ponerlas   en el estado  más favorable; pero el estado más favorable de la inteligencia es el convencimiento, y el estado más favorable de la voluntad es la propensión.

Dos clases de luz producen  el convencimiento: la luz de la razón y la de la revelación. Dos fuerzas producen la propensión: la de la voluntad y la de la gracia actual. Es prudente ayudarse de todos los medios a la vez. Los del orden sobrenatural son los más eficaces, como los más elevados.

Contentarnos con los datos de la razón para determinar la estima que merecemos, sería establecer una virtud incompleta e insuficiente. Pretender conseguir la inclinación a la humildad por nuestras solas fuerzas, sería  comenzar por una proposición herética y acabar por una  decepción. Los gentiles no conocieron la humildad más que la modestia, y lo que de ella conocieron lo practicaron con bastante imperfección. La noción verdadera de esta virtud  brota de nuestros dogmas fundamentales, y su práctica completa depende de la gracia: es, por tanto, eminentemente sobrenatural; el racionalista no puede tener ni admitir  la humildad entendida de esta manera.

Esto no obstante, a las facultades naturales corresponde una parte no pequeña en la adquisición de esta virtud.

 Y para comprender bien el alcance de esta observación, convendría recordar aquí algunas nociones genéricas sobre las virtudes naturales y las sobrenaturales.

Su objeto es el mismo: el bien; y cada virtud tiene el mismo objeto especial: el mismo género de bien. Así la humildad, sea natural o sobrenatural, regula o mantiene el orden con relación a la estima personal y al deseo de alabanzas.

Estas virtudes residen en las mismas facultades, que son, para unas y otras, las facultades naturales. Las virtudes naturales las  penetran, las sobrenaturales las “perfeccionan”.

Pero difieren unas de otras por el modo de producirse y de obrar.

Las virtudes sobrenaturales son puestas en nosotros por una especie de creación que la teología llama infusión; así, virtud sobrenatural es sinónimo de virtud infusa. Dios las infunde o derrama en el alma del niño que se bautiza y las infunde todas a la vez. El aumento de una lleva consigo el incremento de todas, y juntas se pierden por el pecado mortal, a excepción de la fe y de la esperanza. Todas reviven igualmente por efecto de la justificación.

Las virtudes naturales, al contrario, no se forman sino lentamente, por actos repetidos, y no se pierden instantáneamente, sino, poco a poco, de  manera que un pecado mortal no las destruye.

El nombre de hábito, como es obvio, no puede aplicarse más que a estas últimas. La inclinación, la fuerza, la habilidad, se van allí acumulando paulatinamente, como en un miembro que se ejercita en el trabajo.

En las virtudes sobrenaturales, el incremento viene de fuera y no del desarrollo; y entre ellas, a un grado de aumento no corresponde necesariamente un acrecentamiento de fuerza e inclinación.

Los teólogos caracterizan esta diferencia por dos expresiones ya consagradas. Las virtudes infusas, nos dicen, dan el simpliciter posse, la simple potencia, esto es la aptitud. El hábito da el faciliter posse, la verdadera facilidad. Las gracias actuales las dan asimismo, pero de un modo transitorio.

Una comparación nos hará ver estas distinciones. Tal tejido puede ser fino o grosero, compacto  o flojo; pasado por un baño especial, se convierte en púrpura. El baño no ha cambiado su naturaleza: el tejido  sigue siendo basto  o fino, apretado  o claro; pero  ha sido elevado a más alta categoría. Su valor y sus usos no son ya los mismos. Que un reactivo químico le arrebate de nuevo su color, y lo tendréis convertido de nuevo en un tejido vulgar.

Las virtudes sobrenaturales hacen pasar nuestra alama de su orden humano al orden sobrenatural; transforman nuestras facultades y les comunican, con una belleza especial, la aptitud, pero sólo la aptitud para producir actos sobrenaturales. El ejercicio tendrá lugar merced a las gracias actuales y a las disposiciones de la voluntad y los hábitos.

Por aquí se verá como, en los adultos, generalmente, la virtud se caracteriza por el esfuerzo. Las virtudes sobrenaturales no se dan para dejar inactivas o para substituir las fuerzas naturales, sino para elevarlas, completarlas y sostenerlas. Las elevan al orden sobrenatural por su presencia; las completan y sostienen por las gracias actuales  que atraen.

Estas gracias actuales nos ofrecen auxilios que exceden toda evaluación: Dios los centuplica en el alma que sabe corresponder, y a la oración le permite prodigarlos sin merecimientos y sin medida. Bajo su influencia omnipotente, los actos virtuosos se multiplican y se realizan con intensidad; las facultades naturales que los producen se forman, se desarrollan y finalmente, adquieren la inclinación, la facilidad y  la habilidad para actos semejantes, pues se han cumplido las condiciones de los hábitos.

Continuará el próximo domingo.....


[1] Santo Tomás, 2ª. 2ae, quaest. 161, art I.
[2] Esta palabra “justicia”, tomada aquí en sentido  amplio, designa una disposición virtuosa que asegura a cada ser el lugar que le  corresponde, mientras que la justicia en sentido estricto mira a los derechos positivos de los hombres entre sí.

SANTORAL 6 DE NOVIEMBRE



6 de noviembre




SAN LEONARDO,
Confesor



La paz mía os doy, no os la doy yo
como la da el mundo.
(Juan, 14, 27)

   San Leonardo, noble cortesano de Clodoveo, fue convertido por San Remigio. Quiso el rey ser su padrino, dio libertad a gran número de cautivos a su pedido, y le ofreció un obispado, que él rehusó para entrar al Monasterio de Micy, bajo la dirección de San Mesmino. En seguida entregóse a la vida eremítica y se retiró a una floresta próxima a Limoges. Practicó allí grandes austeridades. Descubierto por el rey en su desierto, recibió el ofrecimiento de un vasto territorio para fundar en él un monasterio que, más tarde, dio nacimiento a la ciudad de San Leonardo.

MEDITACIÓN
SOBRE LAS MISERIAS  
DEL MUNDO

   I. Sólo engaño hay en el mundo. No se encuentra fidelidad entre los amigos, ni caridad entre los parientes; por todas partes reina el disimulo; todos disimulan sus sentimientos, ocultan sus proyectos, buscan sus intereses y sus placeres. ¿En quién se podrá uno confiar? ¿De quién no se habrá de desconfiar? Sin embargo, ¡oh Dios mío! ¡nos fiamos en el mundo que tan a menudo nos ha engañado y no en Vos, que siempre habéis sido fiel a vuestras promesas!

   II. No hay paz en el mundo, por todas partes reinan la división y la turbación: los hombres guerrean unos contra otros y se rebelan contra Dios con sus pecados; ¡concedednos esa paz que dais a vuestros servidores y que el mundo no puede darnos! Imita a los santos, que viven sin turbación en medio del mundo, porque no están animados por el espíritu del mundo, sino por el de Jesucristo.

   III. No existen en el mundo verdaderos bienes. Sus favores son emboscadas que nos tiende para perdernos. Sus bienes no son sino aparentes. Sus placeres siempre están mezclados de hiel y de amargura: nunca han contentado ni a uno solo de sus partidarios; cuanto más se tiene, más miserable se es. Renunciemos a un mundo poco fiel y siempre sospechoso: los pequeños son en él presa de oprobios, y los grandes, de la envidia. (San Euquerio).

El desprecio del mundo 
Orad por los jefes de Estado.

ORACIÓN

   Oh Dios, que todos los años nos proporcionáis un nuevo motivo de gozo con la solemnidad del bienaventurado Leonardo, vuestro confesor, haced, por vuestra bondad, que honrando su nacimiento al cielo imitemos sus ejemplos de virtud. Por J. C. N. S. Amén.

SERMÓN PARA LA DOMÍNICA 21 POST PENTECOSTÉS

DOMINGO VIGESIMOPRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Visto en : Radio Cristiandad




De la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios (6, 10-17): Hermanos: fortaleceos en el Señor y en el poder de su virtud. Revestíos de la armadura de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal, que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad, y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.

A la luz radiante de la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo, bajo la protección y amparo de María Reina, y animados por las palabras de San Pablo de la Epístola de hoy, reflexionemos sobre la hora presente.

El catolicismo está empeñado en la lucha más vasta y más dura que haya tenido que enfrentar jamás.

Por fuera, un asedio de pseudo teología, de sistemas filosóficos, de errores, de inmoralidad y corrupción se abate sobre sus murallas…

Al interior, una ligereza, una indiferencia, un cansancio, cuando no la traición o las herejías que socavan la fortaleza…

¡Esta es la tremenda realidad de la hora actual!

Todos somos conscientes y todos estamos en angustiosa espera de lo que ha de suceder… porque la historia tiene su lógica y las ideas y las costumbres tienen una fuerza ineludible…

Todos los hombres y todas las instituciones, incluso sin que les interese la respuesta, aunque más no sea preocupados por sus intereses temporales, se hacen a sí mismos una idéntica pregunta: ¿Hacia dónde vamos?… ¿Qué pasa?…

Los políticos, los economistas, los militares, los moralistas, los psicólogos y psicoanalistas…, incluso los artistas, los deportistas… se preguntan: ¿A dónde vamos?… ¿Qué pasa?…

¿A dónde vamos?… ¿Qué pasa?… se preguntan políticos, economistas, patronos, obreros, maestros, alumnos, ancianos, jóvenes, hombres y mujeres…

Y aunque no han podido responder con certeza, sino tan sólo con el encogimiento de hombros de la incertidumbre o la duda, todos ellos se aprestan con diligencia a tomar posiciones y a preparar el ataque o la defensa.

Todos, con calor, con prisa, sin reparar en medios ni en riesgos, se preparan para la lucha.

Pero, como la lucha que tan inquieto y convulso tiene al mundo contemporáneo no es un pleito meramente político, económico o social, sino que más que todo eso y fundamentalmente es un problema religioso, también los hombres religiosos se preguntan: ¿Qué pasa?… Pero, ¿a dónde vamos?…

¡Sí!, también los hombres verdaderamente religiosos, a los que la religión les interesa realmente, aunque practiquen una falsa religión, sean budistas, judíos, musulmanes, protestantes, ortodoxos…, se preguntan: ¿Qué pasa?… Pero, ¿a dónde vamos?…

Mas, precisamente, porque el problema es religioso, porque es asunto de dogma y moral, de si hay o no Dios, de si Jesucristo es o no el Rey de reyes y el Señor de los señores, de si la Iglesia Católica es o no la única verdadera y la única que puede con su doctrina conducir al hombre a la felicidad eterna…, solamente el católico tiene la respuesta al interrogante que tanto conmueve al mundo…

Y aquí es donde debemos detenernos para reflexionar…

Ante esta pobre sociedad que se desmorona y que no sabe si avanza o retrocede; ante esta humanidad envilecida por el dinero, el sexo, el alcohol, la droga…; ante estos hombres y mujeres temerosos del presente y desanimados por el futuro… ¿sabemos dar respuesta a la cuestión planteada?

No nos sorprenda la pregunta. A pesar del desprecio con que, no sólo esa pobre sociedad, sino también incluso los pastores y hombres de Iglesia parecen prescindir del catolicismo genuino en la solución de la enfermedad… en definitiva, solamente el católico tiene la respuesta al interrogante que tanto conmueve al mundo…, sólo la religión católica es la única que puede darle la solución de una manera eficaz…

Como la esencia del problema es de índole dogmático y moral, la solución tendrán que tratarla: de un lado, el catolicismo verdadero, único depositario de una doctrina divina e infalible; y del otro lado, los secuaces de la Revolución, estén fuera o dentro de los límites visibles de la Iglesia de Cristo…

La Hermana Lucía constantemente se refería al tema de la desorientación diabólica, especialmente entre la Jerarquía Católica:

La desorientación es diabólica”, escribió Sor Lucía el 29 de diciembre de 1969.

La desorientación es doctrinal: “en estos tiempos de desorientación diabólica, no nos dejemos engañar por falsas doctrinas”, escribió el 12 de abril de 1970.

¡Es doloroso ver tanta desorientación, y en tantas personas que ocupan cargos de responsabilidad! Son como ciegos guiando a otros ciegos”,
escribió el 16 de septiembre de 1970.

Sólo hay una barrera sólida que detenga la avalancha, la invasión del mal: Dios y su Cristo; Cristo y su Iglesia.

Sólo una idea divina puede contener y vencer una idea diabólica…, las armas, la ciencia, la política, la economía, sin la religión, ¡jamás!

Por eso en la hora presente, vale la pena ser católico.

En nuestros días, el martirio es silencioso, más largo, más lento, más refinado; no tiene el contrapeso ni el consuelo de la comprensión dentro de los umbrales de la Iglesia; no tiene siquiera el alivio de pensar que el verdugo es un extraño, un pagano, un bárbaro, porque ahora es un cristiano, un apóstata, un traidor…

¡Católicos!, herederos del tesoro de la Cristiandad… ¡Católicos!, descendientes de la Europa cristiana… ¡Católicos!, sucesores de los conquistadores y misioneros de la hidalga Hyspania, Dios nos ha puesto frente a un dilema: o ser santos, o desaparecer…

En la hora presente, quien quiera ser católico en serio, debe tener alma de héroe y de santo… o si no se hundirá en el fracaso, en la apostasía y en la traición.

Quien quiere practicar hoy el catolicismo verdadero, se adelanta no sólo para ser fiel a un llamamiento divino, sino como quien lanza una protesta contra el catolicismo tibio, neutral, despreocupado…

Quien quiera impregnar toda su actividad de catolicismo, lo hace por caballerosidad hacia su Rey desterrado… Lo hace por lanzar un desafío a la sociedad sensual, muelle, servil… Lo hace atraído por esa vida única que merece el nombre de tal: desinteresada, llena de ideales, que configura con Cristo…

Todo esto constituye la más soberana de las hermosuras. Pero al mismo tiempo constituye una responsabilidad.

Por lo cual, debemos prepararnos por la oración, la mortificación, la práctica de las virtudes, para esa hora cuyo peso únicamente los arcángeles podrán llevar sobre sus hombros.

Como escribió Santa Teresa:

Todos los que militáis

debajo desta bandera,

ya no durmáis, no durmáis,

pues que no hay paz en la tierra.

Y como capitán fuerte

quiso nuestro Dios morir,

comencémosle a seguir,

pues que le dimos la muerte.

¡Oh, qué venturosa suerte

se le siguió desta guerra!

Ya no durmáis, no durmáis,

pues Dios falta de la tierra.

Con grande contentamiento

se ofrece a morir en cruz,

por darnos a todos luz

con su grande sufrimiento.

¡Oh glorioso vencimiento!

¡Oh dichosa aquesta guerra!

Ya no durmáis, no durmáis,

pues Dios falta de la tierra.

No haya ningún cobarde,

aventuremos la vida,

pues no hay quien mejor la guarde

que el que la da por perdida.

Pues Jesús es nuestro guía,

y el premio de aquesta guerra;

ya no durmáis, no durmáis,

porque no hay paz en la tierra.

Ofrezcámonos de veras

a morir por Cristo todos.

Y en las celestiales bodas

estaremos placenteros;

sigamos estas banderas,

pues Cristo va en delantera,

no hay que temer, no durmáis,

porque no hay paz en la tierra.

&&&

Aunque sean tantos y tan graves los males que sufrimos, y tal vez mayores aún los que nos aguardan, no decaiga nuestro ánimo… Tenemos como Patrona y Abogada a la Santísima Virgen.

María interviene en favor de la Iglesia y en Ella hemos de fundar la razón de toda nuestra esperanza. La Cristiandad no ha dado un paso hacia el bien sin María.

Basta ir recorriendo las páginas más salientes de la historia de la Iglesia para convencerse de la eficaz protección de la Virgen Madre de Dios, que acompañó todos los hechos más importantes del cristianismo.

¿Por qué dudar, entonces, que también en la actualidad intervendrá con su poder y patrocinio, si le hacemos humildes y constantes súplicas?

Confiemos en la Santísima Virgen María. Ella, la Madre y Reina de todas y cada una de las naciones católicas; Ella Soberana de la Europa cristiana, de la Cristiandad; Ella la Reina de Méjico y la Emperatriz de América; Ella, al igual que en el Pilar, Guadalupe, Lourdes y Fátima…, y en cada uno de nuestros santuarios, continúa aplastando la cabeza del dragón infernal y nos ha prometido que al fin su Corazón Inmaculado triunfará.

&&&

San Luis María nos enseña que «Por la Santísima Virgen Jesucristo ha venido al mundo y también por Ella debe reinar en él. Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser consumada. Principalmente en estos últimos tiempos, María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces como un ejército en orden de batalla».

Y el Santo se pregunta: «¿Cuándo vendrá este tiempo feliz en el que la divina María será establecida Dueña y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su grande y único Jesús? ¿Cuándo vendrá ese tiempo feliz y ese siglo de María, en el que muchas almas elegidas y obtenidas por María del Altísimo, sumergiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, llegarán a ser copias vivientes de María, para amar y glorificar a Jesucristo?» Y responde: «Este tiempo vendrá sólo cuando se conozca y se practique la devoción que enseño» Y concluye de modo categórico: «Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariæ»…

&&&

Cabe recordar aquí lo que Sor Lucía de Fátima dijo al Padre Agustín Fuentes en diciembre de 1957:

Padre, el demonio está librando una batalla decisiva contra la Virgen; y como sabe qué es lo que más ofende a Dios y lo que, en menos tiempo, le hará ganar mayor número de almas, está tratando de ganar a las almas consagradas a Dios, ya que de esta manera también deja el campo de las almas desamparado, y el demonio más fácilmente se apodera de ellas.

Padre, no esperemos que venga de Roma una llamada a la penitencia, de parte del Santo Padre, para todo el mundo; ni esperemos tampoco que venga de parte de los señores Obispos cada uno en su diócesis; ni siquiera tampoco de parte de las Congregaciones Religiosas. No; ya Nuestro Señor usó muchas veces estos medios, y el mundo no le ha hecho caso.

Por eso, ahora que cada uno de nosotros comience por sí mismo su reforma espiritual; que tiene que salvar no sólo su alma, sino salvar a todas las almas que Dios ha puesto en su camino…

Padre, la Santísima Virgen no me dijo que nos encontramos en los últimos tiempos del mundo, pero me lo dio a demostrar por tres motivos:

El primero, porque me dijo que el demonio está librando una batalla decisiva con la Virgen y una batalla decisiva, es una batalla final en donde se va a saber de qué partido es la victoria, de qué partido es la derrota. Así que ahora, o somos de Dios, o somos del demonio; no hay término medio.

Lo segundo, porque me dijo, tanto a mis primos como a mí, que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo; el Santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María. Y, al ser los últimos remedios, quiere decir que son los últimos, que ya no va a haber otros.

Y tercero, porque siempre en los planos de la Divina Providencia, cuando Dios va a castigar al mundo, agota antes todos los demás medios; y cuando ha visto que el mundo no le ha hecho caso a ninguno de ellos, entonces, como si dijéramos a nuestro modo imperfecto de hablar, nos presenta con cierto temor el último medio de salvación, su Santísima Madre.

Mire Padre, la Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en que estamos viviendo, ha dado una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario. De tal manera que ahora no hay problema, por más difícil que sea, sea temporal o sobre todo espiritual, que se refiera a la vida personal de cada uno de nosotros; o a la vida de nuestras familias, sean familias del mundo o Comunidades Religiosas; o la vida de los pueblos y naciones.

No hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario.

Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas. Y luego, la devoción al Corazón Inmaculado de María, Santísima Madre, poniéndonosla como sede de la clemencia, de la bondad y el perdón; y como puerta segura para entrar al cielo. Esta es la primera parte del Mensaje referente a Nuestra Señora de Fátima; y la segunda parte, que, aunque es más breve, no es menos importante, se refiere al Santo Padre.

&&&

Recemos, pues, nosotros e imploremos: ¡Oh, María!, Reina y Soberana Nuestra, escucha nuestra plegaria y acelera el triunfo de tu Corazón Inmaculado. Amén.

¡Para que advenga el Reino de tu Hijo divino, advenga el Reino de tu Corazón Inmaculado!

Y como decía Hernán Cortés:

“Adelante, compañeros, que Dios y Santa María están con nosotros”.


P. Ceriani