San Salvador, jueves 10 de Agosto de 1871
La Verdad, primera condición de la libertad
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N.S.J.C. predicando en la Sinagoga |
Veritas liberabit vos. Joan. 8. 32.
La verdad hará á los hombres libres, ha dicho el Divino Maestro; ¿y no es esta una verdad profundamente filosófica? Vamos á verlo.
La libertad es proclamada á voz en grito derecho del hombre y precisamente como un derecho es que por ella se aboga y tanto se pelea: es pues un derecho; si es un derecho se funda en la justicia, porque derecho, jus, viene de justitia: pero justitia viene de justum: de suerte que todo derecho supone lo recto, lo justo: ¿y en qué se funda lo recto, lo justo, la justicia, fuente de todo derecho? Se funda en las relaciones que existen entre los seres: la existencia de esas relaciones de dependencia ó de armonía es la base de la justicia: mas su existencia no basta; es preciso que sea conocida; el conocimiento por tanto de las verdades relaciones de los seres entre sí es la fuente de sus derechos: ¿y en este conocimiento no entra la verdad como su esencia? Luego la verdad conocida de las relaciones de dependencia ó armonía que ligan á los seres, siendo la condición de lo justo y de lo recto, la condición de todo derecho; debe serlo también de la libertad como uno de los derechos del hombre.
Supongamos que la libertad no se apoya en la verdad: que se apoya en ilusiones, en mentiras, en el error: ¿qué resultará? ¿Puede entonces decir el hombre yo tengo en ella un derecho? Y si lo dice ¿no se le podrá contestar: en qué se funda? No tiene en su apoyo la justicia: al contrario el error que le sirve de apoyo entraña la injusticia; se apoyará por tanto ese derecho en lo injusto, y siendo injusto no es tal derecho, es un absurdo, el sí y el no á un mismo tiempo.
La noción misma de la libertad como un derecho nos lleva pues á confesar que ella se apoya y debe apoyarse en la verdad. Mientras la verdad que sirve de apoyo á la libertad sea reconocida y triunfe en la tierra contra los errores, la libertad tendrá en ella su asiento; por eso el peor enemigo de la libertad es el error y la peor enemiga la ignorancia, porque esta es la ausencia de la verdad y aquel su negación y su destrucción. Veamos en la historia las pruebas.
La ignorancia y el error, enemigos mortales de la libertad porque lo son de la verdad: el mundo antiguo y el mundo moderno nos lo persuaden, aquel trabajado por la ignorancia y éste por el error.
La abyección del mundo antiguo, su corrupción, su idolatría, su superstición, su esclavitud, ¿de qué venían? El politeísmo, corrupción de la verdad salvadora de la unidad de Dios, no era el germen de todos esos vicios unidos á la falsa idea que del hombre tenían ó asemejándole á un Dios hasta rendirle adoraciones ó asemejándole á un bruto hasta hacerle cosa igual á los bueyes y á los asnos?
La soberanía del mundo moderno y sus vicios consiguientes proviene de otra cosa que de la negación sistemática y de pura malicia de la existencia de Dios y del desconocimiento atrevido de la limitación del hombre haciéndole independiente como un Dios; ¿proviene de otra cosa que del error acerca de Dios y acerca del hombre?
El cristianismo puro ha venido á enseñar al hombre la verdad acerca de Dios y acerca del hombre destruyendo la ignorancia antigua y el error moderno; ¿y qué ha tenido que hacer? Luchar terriblemente con el mundo antiguo y con el moderno; ¿y esto que prueba? La ignorancia poseía á aquel y el error á éste porque la lucha supone oposición y esta diferencia y contradicción: la lucha existe y el error no se da por vencido y por eso la libertad aun no se ha establecido: la libertad pugna con la libertad: la que nace del error con la que nace la verdad, la falsa con la verdadera; ¿y cuándo se acaba esa lucha? Cuando los hombres habiendo recorrido todo el círculo de los errores y viendo que no son libres, que viven esclavizados al mal, digan á la luz vivísima de una triste experiencia: ergo erravimus avia veritatis: luego hemos equivocado el camino de la verdad.
¡Ah! ¡Pero cuán triste es que los hombres hayan de desengañarse solamente por la vivísima luz de la experiencia! Cuan triste es que á semejanza de Adán solo conozcan el bien después de haberle perdido! ¿Qué, esa será la miserable condición del hombre sobre la tierra, desengañarse á los golpes del mal y el no poder abrir los ojos al bien sino después de hallarse esclavo del mal? ¿Cabe en la sabiduría ciencia y bondad de Dios que crió al hombre haberle hecho bajo tan humillante condiciones? ¿No es más filosófico decir que Dios ha sabido poner el remedio al lado de sus males, le ha provisto de un preservativo para que los evite y no sea su víctima? La recta razón lo persuade, la noción misma de Dios, la idea de su Sabiduría y de su Bondad así lo exigen imperiosamente, y el hombre además de su experiencia, último recurso contra el mal, se halla en posesión de otro medio para librarse de él antes de ser su víctima, tiene otra luz no menos viva que la de la experiencia para guiarse y dirigirse por el sendero de su felicidad.
Dios es un padre de familia que teniendo un hijo muy amado arde en deseos de su bien y prosperidad: ¿qué hará pues este gran padre para lograr sus deseos? ¿Le dirá á su hijo; á tu vista están todos los caminos, sigue el que gustes y cuando á los golpes de la fortuna hayas desengañádote de lo torcido de las falsas sendas, entrarás al fin en la senda verdadera? ¿Será este buen padre tan cruel con su hijo que sabiendo el paradero de los falsos caminos dirija á su hijo á su arbitrio por donde no ha de hallar al fin sino precipicios y despeñaderos? Lejos de él semejante idea. Él con su sabiduría y su prudencia le dirá: “Tú oh hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no deseches las advertencias de tu madre: ellas serán para ti como una corona para tu cabeza y como un collar precioso para tu cuello. Hijo mío por más que te halaguen los pecadores, no condesciendas con ellos. (Prov. C. 1 v. 8, 9 y 10). Si, no hay duda, Dios así obra con el hombre. A su vista pone una doble luz que le dirija, las correcciones de un padre y las advertencias de una madre, los azotes de la Divina justicia y Providencia con que castiga á los pueblos, y los avisos prudentes y nacidos del amor de una madre cariñosa la Iglesia.
Ahora bien: pero en esta conducta de la sabiduría de Dios con el hombre para que no se pierda, para que este guiado de la luz que á su vista pone en la antorcha evangélica por el sendero de su bien y de su dicha verdadera, ¿qué condición indispensable, qué cualidad y disposición supone en el hombre? El mismo lo ha expresado: que escuche, que oiga, que atienda, que sea dócil y sumiso á sus correcciones y á la doctrina de la Iglesia, es decir, que en el hombre supone la virtud. ¿Y de qué sirve una luz para el que rehúsa tomarla y guiarse con ella?
Por tanto si la verdad es la primera condición de la libertad como lo persuade la recta razón, la virtud que nos inclina á abrazarla, á reconocerla y á amarla recibiéndola de quien únicamente puede dárnosla, nuestra madre la Iglesia, es también condición indispensable.
La verdad toma al hombre de la mano y le dice: es indispensable que te dejes guiar: eres joven y sin experiencia: no quiero ni es justo que entiendas lo verdadero á los duros golpes de la experiencia: ven, yo te conduzco á una maestra que hace diez y ocho siglos no se ha equivocado en sus consejos: ¿se equivocará en adelante? Pero, ¿no ves que la luz de la experiencia vivísima refleja en sus venerables canas y probada prudencia? ¿Por qué dudas de que ella es la madre cariñosa y tierna que Dios en su justa providencia te ha deparado para que guiado de sus consejos no yerres?
Ven, ven. ¡Oh hijo mío!, y colócate bajo la obediencia de la Iglesia y obtendrás la preciosa corona de libertad, fruto de la virtud y de la verdad.
Ilmo. Mons. D. José Luis Cárcamo y Rodríguez
Tercer Obispo de El Salvador
(1872-1885)